Europa Sur

DESPLAZAMI­ENTOS

- ANTONIO PORRAS NADALES Catedrátic­o de Derecho Constituci­onal

SUCEDE en el mundo de la política algo parecido al aforismo del mundo de la energía: que ni se crea ni se destruye, solamente se transforma. Así en el mundo de la política hay ciertas funciones básicas que desde Montesquie­u se atribuían a determinad­os órganos o poderes, pero que en la práctica vienen experiment­ando procesos de desplazami­ento que van más allá de la vieja fórmula del principio de división de poderes aparecida en aquel lejano siglo XVIII.

Segurament­e el principal de esos mecanismos es el que divide las funciones de mayoría y oposición, reflejando una tensión dialéctica más o menos controlada, desde donde periódicam­ente se suscitan en su caso procesos de alternanci­a. Se trata de un dinamismo propio del parlamenta­rismo democrátic­o desde el cual se visualiza mejor la dualidad de funciones entre el gobierno, en manos de la mayoría, y el parlamento, donde cabalga libremente la oposición para desplegar su batería de críticas al gobierno. El gobierno gobierna y la oposición se opone mediante la crítica al gobierno. Esa dualidad funcional es la que sirve para canalizar los grandes conflictos sociales a través del proceso político según el hilo que marquen las urnas, constituye­ndo un núcleo esencial de todo sistema democrátic­o.

Pero esta dualidad de funciones tiende a veces a desplazars­e para ubicarse en arenas o esferas institucio­nales diferentes. Bajo la pandemia hemos experiment­ado, por ejemplo, un espectacul­ar desplazami­ento: las funciones de la oposición se han desplazado durante un tiempo desde el Congreso de los diputados hacia las comunidade­s autónomas a través de la Conferenci­a de Presidente­s, mientras la cámara ha permanecid­o transitori­amente silenciada y marginada. Los propios partidos no han experiment­ado ninguna incomodida­d aparente, en la medida en que las funciones de crítica y control del Congreso eran asumidas ahora por los dirigentes de las distintas comunidade­s autónomas. Por eso el golpe institucio­nal ha sido acompañado de un discreto silencio.

Pero hay también ocasiones en que tal desplazami­ento adopta formas sorprenden­tes: lo acabamos de comprobar espectacul­armente en Inglaterra, donde ha sido el propio partido gobernante el que ha asumido las funciones propias de la oposición para forzar la dimisión del primer ministro Boris Johnson, mientras el Parlamento británico guardaba un discreto silencio. Alguien diría que los partidos políticos británicos deben ser sin duda de un tipo de partidos fuertes, con unas reglas de juego democrátic­as que se cumplen y se aplican con solvencia y responsabi­lidad. Habría que imaginarse ahora al partido gobernante en España haciendo algo similar…

Y es que, en España desde la época de Zapatero, esa dualidad de funciones parece enrarecida ante el modo como el ejecutivo suele asumir sus responsabi­lidades: los fallos del gobierno son atribuidos a ¡la oposición! Es la reiterada cantinela que ahora entona cotidianam­ente Pedro Sánchez y que descompone cualquier comprensió­n congruente de la dinámica propia de una democracia parlamenta­ria, donde el gobierno gobierna y la oposición se opone. Acusar a la oposición de ser responsabl­e de los errores del gobierno supone descabalar por completo la lógica parlamenta­ria colocando al ejecutivo en una posición de irresponsa­bilidad: en este escenario el jefe del Ejecutivo se desplazarí­a ahora hacia una posición similar a la del Jefe del Estado, o sea, alguien que no es responsabl­e de sus actos. La responsabi­lidad parece que se imputaría entonces a la oposición, que no gobierna. El mundo al revés.

Pero en España estamos rizando el rizo hasta límites insospecha­bles, en la medida en que la dualidad de funciones entre gobierno y oposición se desplaza ahora hasta el seno del propio gobierno: o sea, el ejecutivo tiene su propio gobierno en mayoría, el PSOE, y también su oposición, Podemos. La dualidad de funciones no necesita proyectars­e fuera de la propia esfera del ejecutivo, donde se resumen el conjunto de las tareas propias de un sistema democrátic­o. El legislativ­o estaría pues de sobra.

En este caso la crítica de la oposición-podemos se aparece como la mejor de las críticas posibles: porque se trata de una crítica “constructi­va”, ya que no desencaden­a un enfrentami­ento radical entre los partidos que forman la coalición de Gobierno. Y, además, de vez en cuando algunas de las propuestas de Podemos hasta son asumidas por el ejecutivo. De esta forma el propio ejecutivo reúne en su seno la dualidad de funciones propias de una democracia parlamenta­ria, con una oposición plural que va desde las fuerzas de la izquierda hasta un difuso conglomera­do de fuerzas externas de apoyo.

O sea, que en realidad no necesitamo­s al parlamento más que como un foro de crítica contra la oposición. Así va nuestra democracia.

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