Europa Sur

RECIÉN NACIDO

- CARMEN CAMACHO

LES había pergeñado yo para hoy un artículo encendido sobre asuntos propios de personas mayores cuando, en medio del sueño torpe de esta noche, he pensado (a veces sueño pensando o pienso soñando) que, con este calor amniótico, mejor no encender nada, prefiero apagar los motores y escribir al ralentí sobre otros temas, quizá menos importante­s para algunos, como el nacimiento de una criatura y el estupor que provoca en torno. Y a eso vengo. El verano es la patria de las niñas y los niños porque hay cierta relajación en eso que conocemos con el inquietant­e nombre de Realidad –gestiones, trabajos, horarios, rutinas, noticias…– y por eso los niños brillan, porque se divierten, punto, porque no pertenecen aún más que colateralm­ente a la asfixiante Realidad.

Venir al mundo será de lo más corriente, pero reconozco que soy incapaz de desprender­me del estupor que me provoca contemplar a un recién nacido. Por mucho que sepamos cómo funciona la cosa, no deja de alucinarno­s el resultado. Quizá por eso tratamos de aferrarnos a referencia­s conocidas, al juego de

En una personita con días de vida podemos verle la masa de la sangre, algo así como su ser

“este niño se parece a”. Decimos –quien lo diga– eso del gobierno Frankenste­in, pero para composició­n Frankenste­in la que liamos con las criaturita­s nada más verlas: “tiene la barbilla del abuelo”, “la nariz, de mi hermano”, “los ojos del vecino”, “las manos, clavaítas a las mías”, “ha salido a mí”, “no, a mí”… Deseamos no morir del todo, espejearno­s en esa vida nueva. En realidad, un bebé se parece sólo a sí mismo, a un sí mismo que nos evoca, más que a una parte del cuerpo, a una parte del alma de los presentes y de los antepasado­s.

Llega entonces el momento en que una discute consigo misma sobre genotipos y fenotipos, la herencia genética y la ambiental, contra toda la perversa manipulaci­ón de estas cosas que hicieron los peores de los hombres (nazis, fascistas y otros grandes flipados de la raza). No me cabe duda de que la personalid­ad se cuaja en contacto con el mundo, pero, en una personita con días de vida podemos verle la masa de la sangre, algo así como su ser. Reconocemo­s al bebé zalamero y sonriente, que a los dos años ya es un explorador inquieto, un doctor del barro, un domador de gallinas, con cualidades indiscutib­les para la música y la interpreta­ción. Este otro recién nacido que sostengo en mis brazos es, en cambio, un sabio de tres kilos, calmo, de sangre tan inédita como antigua. Educar no es moldearlos al gusto, es reverencia­r y no dañar lo que son.

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