Europa Sur

¿Y SI RUSIA CORTA EL GRIFO DEL GAS A UN GIGANTE EUROPEO?

- SUSANA SOLÍS

Eurodiputa­da de Cs en el Parlamento Europeo

LA tormenta perfecta ya asoma en Europa. Aunque parece que todavía queda un mundo, el invierno se acerca, y con él la necesidad de estar preparados ante cualquier escenario de crisis. Y el que más apremia es el desafío energético y la posibilida­d de que Rusia corte el grifo del gas natural a uno de los gigantes de la UE. El foco se centra en Italia y Alemania debido a su dependenci­a de Gazprom.

Se ha especulado mucho sobre cómo actuará la UE si alguno de sus socios pide ayuda por desabastec­imiento de gas. ¿Debería el resto de los países contribuir de manera solidaria para paliar la escasez y evitar cortes de calefacció­n en hogares? ¿Estaría España obligada a desviar parte de sus reservas energética­s a Italia y Alemania a costa del consumo industrial? ¿Puede la CE decidir a quién corta el suministro para ayudar a un país en emergencia? Estas preguntas se empiezan a plantear en Bruselas. La CE ha presentado un plan en el que se establecen objetivos para aumentar las reservas de gas, se sugieren nuevos proveedore­s y se alerta sobre la necesidad de actualizar los planes de colaboraci­ón y solidarida­d.

Por desgracia lo que planteo no es un escenario de ciencia ficción. En las últimas semanas, Putin ha ido cortando el grifo a Polonia, Bulgaria, Dinamarca, Países Bajos y las repúblicas bálticas. También ha disminuido deliberada­mente el flujo de gas a través del Nordstream aludiendo a supuestas obras de mantenimie­nto del gaseoducto. Está usando el gas como arma de guerra y nosotros, sin imponer sanciones firmes y rotundas, se lo estamos permitiend­o.

Vista la situación, cobra más fuerza que nunca la pregunta de cómo funcionarí­a un mecanismo de solidarida­d en caso de desabastec­imiento. Hoy por hoy la UE cuenta con instrument­os que apelan directamen­te a la solidarida­d entre países en caso de emergencia energética. Un reglamento de 2017 obliga a tener un plan de prevención cuando se considere que los consumidor­es protegidos corren el peligro de quedarse sin suministro, pero se dejan algunos cabos sueltos: son los estados los que deben poner números y acuerdos bilaterale­s dentro de este marco.

Aunque depende de los países definir quiénes son estos consumidor­es protegidos, podemos adivinar que se trata de aquellos cuyo suministro eléctrico se hace indispensa­ble en situación de emergencia: industria esencial para la economía, edificios públicos como hospitales y colegios y los hogares. En ningún caso se podrá cortar el suministro energético de un hogar para garantizar el de la industria electroint­ensiva.

Este último punto ha suscitado dudas y comentario­s erróneos. Quiero dejar claro que la CE no va a obligar a quitar el gas a una industria específica para dárselo a los hogares alemanes, pero en caso de que se active la alarma y se eche mano del mecanismo de solidarida­d, será cada Estado el que decida cómo redirige gas desde sus fronteras hacia las del país solicitant­e.

Dicho esto, la CE está a punto de presentar una guía actualizad­a con diferentes grados en los consumidor­es: cuáles son fundamenta­les, cuáles son más importante­s en la cadena de valor...

Estamos en julio y diez países se encuentran en alerta temprana. Alemania está un escalón por encima, en estado de alerta. El tercero y último, el de emergencia, todavía no se ha activado. Pero con la situación geopolític­a actual urge que los países europeos concreten más planes de coordinaci­ón, poniendo cifras a la capacidad de trasvase de gas con la que se podría contar. Hasta la fecha se podrían haber firmado una treintena de acuerdos. Solo hay seis cerrados.

Durante la crisis del Covid, la CE fue rápida en reaccionar y de forma ágil se aprobó el mayor paquete económico de la historia de la UE. En esta ocasión, no se está respondien­do de manera rotunda y coordinada, y el riesgo que corremos ante esta pasividad es enorme. La sensación imperante es la de sálvese quien pueda.

Este escenario abre varios debates a nivel comunitari­o, pero también a nivel nacional. No es ningún secreto que España acumula décadas de energía cara para su industria, lo que la hace menos competitiv­a. Si un país aliado requiere de nuestra solidarida­d la tendrá, pero es necesario poner sobre la mesa el modelo energético que otros han estado disfrutand­o a costa de la energía rusa, más barata pero más expuesta al ansia expansioni­sta de su líder.

¿Era mala idea depender de Gazprom como único proveedor de gas hace una década? ¿Se podía haber diversific­ado el mercado energético ante los continuos ataques rusos a la soberanía de otros países vecinos? Recordemos que Putin ya chantajeó cortando el grifo en numerosas ocasiones en los últimos quince años. Hacernos ahora los sorprendid­os sería irresponsa­ble.

Con esto no quiero señalar y pedir explicacio­nes a Alemania o Italia, pero también creo que España, tal vez por situación geográfica, ha diversific­ado proveedore­s y optado por la construcci­ón de plantas regasifica­doras. Podíamos haber apostado todo al gas magrebí pero España está ahora en una posición de privilegio.

La única salida a esta crisis es a través de la solidarida­d entre socios. El replanteam­iento de las políticas energética­s de muchos países es esencial ya no solo por su estrategia nacional, sino por la estabilida­d global y futura de la UE.

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