Europa Sur

La dignificac­ión de la política

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EL presidente Juanma Moreno reconocía, en unas declaracio­nes durante el proceso de formación del primer Gobierno con mayoría absoluta del PP en Andalucía, que había tenido muchas dificultad­es para encontrar profesiona­les de prestigio ajenos a la política que quisieran sumarse al proyecto. De hecho, insinuó que había recibido algunas negativas y cuando el lunes el anuncio oficial de la lista se retrasó se especuló con que se había producido una deserción en el último minuto. El problema que planteaba Moreno está en el origen de algunos de los males que aquejan a la política española y a la alarmante bajada de nivel que se observa en los últimos años en todas las esferas de la Administra­ción, empezando por el Gobierno de la nación. Los bajos sueldos de un consejero o incluso de un ministro, las duras incompatib­ilidades que dificultan la vuelta a la carrera profesiona­l cumplido un tiempo en el servicio público, la exposición pública excesiva y el escrutinio mediático o el riesgo de terminar en medio de una polémica política trufada de acusacione­s ha hecho que, cada día más, la política se quede casi en exclusiva para los que tienen mucha vocación, están a gusto en la férrea disciplina de partido y cifran en ese mundo su desempeño profesiona­l. Los currículos que triunfan en el mundo de la empresa o en los escalones administra­tivos a los que se llega tras duras oposicione­s prefieren mantenerse, salvo destacadas excepcione­s, al margen, lo que empobrece sin ningún género de dudas la calidad del servicio público. Algo se ha hecho muy mal en España cuando lo que en tiempos de la Transición era considerad­o un motivo de orgullo personal y social –abandonar durante unos años el puesto profesiona­l para dedicar un tiempo a la política– hoy sea considerad­o un problema que hay que pensarse mucho. Dignificar la política y devolverle el prestigio social que nunca debió perder es una tarea que habría que tomarse muy en serio. Sobre todo, porque de lo que estamos hablando es de la calidad de nuestra democracia.

La falta de atractivo de la política para los profesiona­les de prestigio ajenos a los partidos empobrece la calidad de nuestra democracia

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