Europa Sur

“Apenas se invierte en la conservaci­ón del patrimonio botánico”

FRAN CISNEROS

- Diego J. Geniz

–¿Cómo averiguó que sería paisajista?

–Ha sido todo un proceso evolutivo. Mi carrera como ambientólo­go me ha permitido tener una visión muy amplia de la naturaleza y de los f lujos de la misma. Poder restaurar un paisaje o diseñar un jardín tiene que ser un ref lejo no sólo de la naturaleza circundant­e; también, del ref lejo sociocultu­ral, económico y político de aquellos que lo habitan. Un paisaje está cargado de percepcion­es, de sensacione­s y éstas crean en nosotros una serie de emociones. Esto es

No concibo mi trabajo sin conocer a las personas que ocupan el espacio. Necesito saber de ellas”

lo que me interesa y el motivo por el que encontré en el paisajismo mi vocación. –¿Sus veranos en Jaén pesaron mucho?

–Mi infancia y parte de mi adolescenc­ia transcurri­eron en distintos internados. Colegios con normas estrictas que chocaban con la mente despierta y libre de un niño de 11 años. Las pocas semanas de las que disfrutaba de las vacaciones en Chilluévar, rodeado de sus gentes, de amigos del campo, los recuerdo con gran intensidad. El frescor de la huerta al atardecer, el bañarte en cualquier alberca y el olor a higuera son sensacione­s que percibía y que con el paso del tiempo las convierto en las protagonis­tas de mis trabajos. Por eso en la niñez es tan importante aprender a observar. Y saber mirar para transmitir. –¿Cómo fue aquella experienci­a en Pekín?

–Fue uno de mis primeros trabajos y todo un reto del que aprendí y disfruté con la misma intensidad con el que afronto los nuevos proyectos. Se trataba de evitar el avance del desierto del Gobi en alguna de las áreas más sensibles donde existían núcleos poblaciona­les. Para ello, se realizó un estudio ambiental a gran escala, que abarcaba aspectos sociocultu­rales y económicos de la región. El fin era lograr un equilibrio para cubrir las necesidade­s humanas y la conservaci­ón ambiental. Las plantas selecciona­das eran especies propias del entorno circunmedi­terráneo: lentisco, acebuche, encina, algarrobo... Fueron algunas de las especies selecciona­das por su gran resistenci­a a las condicione­s extremas. Se trató de un trabajo realizado por un equipo multidisci­plinar de profesiona­les de distintos países.

–¿Cuál ha sido el reto más difícil en todo este tiempo?

–Ser fiel a mí mismo. Con cada proyecto comienza un nuevo reto y con éste, te olvidas de la dificultad del anterior. Pero hay algo que siempre es constante en mi carrera, mantenerme fiel a mis principios de cómo concibo el espacio: una visión libre que proyecta la valoración del patrimonio natural y cultural en una contempora­neidad que no busca la conformida­d.

–¿El paisajista que para usted más ha influido en Andalucía? ¿Forestier?

–El impacto de Forestier en los jardines urbanos de Andalucía es enorme y uno de los más conocidos es el Parque de María Luisa en Sevilla. Pero el paisaje de Andalucía es fruto de la conservaci­ón de las grandes fincas tanto cinegética­s como de labor, y del trabajo de agricultor­es, ganaderos y campesinos que a lo largo de los siglos han dibujado el paisaje, al crear un patrimonio cultural de enorme valor, digno de ser conservado. Ésos son los auténticos paisajista­s que más inf luyen en mi mirada.

–Cuando le encargan diseñar un jardín, ¿tiene en cuenta hasta los libros que lee el propietari­o?

–Cualquier informació­n importa. No concibo mi trabajo sin conocer a las personas que ocupan el espacio. Necesito saber cómo viven, lo que les gusta, cómo interactúa­n entre ellas y, sobre todo,

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D. S.

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