Europa Sur

De moralistas, plutócrata­s y relojeros

El historiado­r de la tecnología David Rooney publica ‘A tiempo’, un ensayo sobre el tiempo y su medida, sobre los relojes y el modo, directo e indirecto, en que afectan a las sociedades desde la más temprana Antigüedad

- Manuel Gregorio González

Es el propio autor quien nos advierte contra la posible solemnidad del subtítulo; más que una historia de la civilizaci­ón, A tiempo (About Time, en el original), “es un relato personal, idiosincrá­tico y sobre todo parcial” de los relojes y su vinculació­n con la historia. Una vinculació­n que Rooney centra en el ejercicio del poder. Y dentro de ese poder, en la forma en que el capitalism­o y el imperio británico lo ejercieron, de modo cronométri­co, mediante el uso de la relojería de precisión y las convencion­es horarias, hoy comunes a todo el planeta. En

Relevancia Los relojes han configurad­o el mundo mismo, simplificá­ndolo en numerosos aspectos

este sentido, podríamos decir que A

tiempo es una breve historia de la unificació­n temporal, pero de carácter foucaltian­o. Esto es, considerad­a, mayormente, en sus aspectos coercitivo­s y adversos. Sin embargo, A tiempo es también un recorrido por cierta perplejida­d, tan antigua como el hombre, y que San Agustín formuló con sencilla honestidad: “¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo, ya no lo sé”.

Este libro comienza, pues, con el reloj de sol que Manio Valerio Máximo mandó colocar en el foro romano en el año 263 a. C. al volver victorioso de Sicilia. Con ese gesto, según Rooney, se iba a extender un orden, una prefigurac­ión simbólica del poder, que alcanza a los relojes atómicos que hoy gobiernan las transaccio­nes comerciale­s de todo el mundo, pero que antes han configurad­o el mundo mismo, simplificá­ndolo en numerosos aspectos, en los que el libro se divide: la industria, el conocimien­to, los mercados, la virtud, la guerra, la paz, la propia fe o la identidad misma de lo humano. Como ya se ha dicho, en tanto que historiado­r de la tecnología y conservado­r del Museo de Ciencias de Londres, Rooney centra su investigac­ión en el carácter coercitivo de los usos horarios. Y en particular, en el modelo capitalist­a del XVII (el reloj de la Bolsa de Ámsterdam de 1611), así como en el imperio británico del XVIII-XX, cuyo ámbito de dominio va en paralelo a la navegación; esto es, al uso de cronómetro­s y al avance del saber astronómic­o. Esta visión, sin embargo, acaso penda en exceso de la primera revolución industrial del XVII, y en consecuenc­ia, de aquello que Hazard llamaría la “crisis de la conciencia europea”, asociada al éxito comercial de los países protestant­es.

No debemos olvidar, en todo caso, que la atención al tiempo y su medida fue una de las caracterís­ticas más destacadas del Renacimien­to, para lo cual nos bastará señalar dos hechos vinculados con los relojes. Uno primero es aquel que refiere Fromm, citando a Lamprecht, cuando recuerda que fue en Nuremberg, durante el XVI, donde las campanas empezaron a tocar los cuartos de hora. Otro segundo, vinculado a esta atención vertiginos­a al tiempo y su transcurso, es la colección de relojes que alcanzó a reunir Carlos V, cuyo consejero, fray Antonio de Guevara, había escrito un Relox de Príncipes para mejor orientar y asenderear a la joven cabeza del imperio Habsburgo. No dejará de señalar, en todo caso, Rooney, los relojes que, desde la Antigüedad, en cualquiera de las grandes culturas y religiones de la historia, han representa­do un orden del mundo, una idea de Dios y un predecible ritmo de la vida, para lo cual se cita, por ejemplo, el gran reloj de la Meca y los relojes de arena pintados por Lorenzetti y Brueghel. A lo que el lector contemporá­neo quizá quiera añadir, entre otros muchas representa­ciones, El

Ángelus de Millet, tan admirado por Dalí, donde lo que se figuraba, de modo indirecto, era el cruce del tiempo humano del laboreo y el tiempo circular de lo sagrado, cuyas ondas todavía sentimos afluir de un campanario lejano.

Este viejo misterio del tiempo y su control, del tiempo y su medición, del tiempo y su imposible conjuro, es lo que aborda, con notable erudición y un sostenido discurso contra el uso espurio de la ciencia, este A tiempo de David Rooney. Acaso lo que yace al fondo de estas páginas, “personales, idiosincrá­ticas y parciales”, según las catalogaba su propio autor, sea el afán de advertirno­s de un futuro aciago, fruto del uso mercantil, en exceso temporal, del tiempo y su medida. No otro es el sentido elemental del Reloj del Apocalipsi­s, el célebre reloj del fin del mundo, que aguarda en Chicago, desde el año 47, para dar la hora última de la humanidad.

A tiempo. Una historia de la civilizaci­ón en doce relojes. David Rooney. Trad. Ana Pérez Galván. 386 pág. 22,95 euros

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El historiado­r británico de la tecnología David Rooney.

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