Europa Sur

LIBROS PARANORMAL­ES

- ▼ TACHO RUFINO

ESTAMOS en días ideales para viajar al sitio que queramos y vivir peripecias insospecha­das a cambio de tan leves precio y esfuerzo como el de pasar páginas a la orilla del mar sentado en una butaca de playa (dicen que cuando uno cambia la costalada en la toalla sobre la arena seca por la sillita de tubos y poliéster es que ya ha entrado en la segunda madurez). Es época de leer, y de hacerlo de despreocup­adas maneras, y hay quien tiene el soberano gusto de olvidarse de las novedades y volver a libros de cabecera que, fidelísimo­s y eternos, mantienen su promesa de encantamie­nto después de años postergado­s en un anaquel. Nos recomendam­os unos a otros en directo o por internet tal o cual novela o ensayo, quizá con una foto de su carátula en un primer plano casero, con un rompeolas detrás, o bien una piscina de resort o privada donde el veraneante lector desnuda su cuerpo al sol.

Como si fuera un proyecto de novela psicológic­a, me sucedió anteayer que volví a dar las tres mismas recomendac­iones de lectura veraniega que ya había dado el verano pasado, ¡y a la misma persona! Tras la sorpresa al alimón del recomendan­te y el recomendad­o, aduje, consolándo­me apenas, que la reiteració­n se debía a que mi criterio acerca del posible interés lector de mi amigo permanecía sólido un año después. Pero qué va, fue otra cosa. Y no fue un patinazo de la memoria. Fue algo mucho más extraño: los tres libros que le sugerí estaban ahora encima de la mesa baja frente a la que charlábamo­s de esto y de lo otro. Un escalofrío enervó mis antebrazos: era mi casa, era mi mesa y eran mis libros. Pero yo no los había llevado hasta allí, en absoluto recordaba haberlos puesto donde estaban en algún momento de –pongamos– el último mes, ni entrecalar­los, como estaban, entre la pila de libros de variable pelaje que suele ir mutando sin mucho sentido junto a una butaca o en una mesilla de noche.

He puesto un email a Iker Jiménez contando esto mismo. A la espera de su respuesta, diré que las obras transmigra­ntes son Lo bello y lo triste, de Kawabata, que me regaló Charo Ramos y fue novedad en 1961; el también maravillos­o Relatos que Anagrama hizo con textos de Lampedusa hace sólo dos años, y el atragantad­o pero a veces apabullant­e por su destreza Berta

Isla, de Javier Marías, que antes de teletransp­ortarse a aquella mesa había quedado –y quedará– con el marcador en un tercio de sus incontable­s páginas. Quizá ellos vuelven porque creen que no los leí bien en su día. No lo sé. O porque saben por sus propias redes de contacto que mi amigo no los leyó en agosto de 2021.

Volví a dar las tres mismas recomendac­iones de lectura veraniega que ya había dado el verano pasado

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