Europa Sur

INDULTAR, SÍ; DISCULPAR, NO

- JUAN RAMÓN MEDINA PRECIOSO

UN florido ramillete de políticos viene divulgando dos ideas que deterioran la calidad de nuestra democracia. Una: los jueces que procesan y condenan a algunos de los suyos no son imparciale­s, sino tendencios­os y, en el límite, prevarican: dictan resolucion­es injustas a sabiendas. La otra: delinquir es loable si se persiguen determinad­os objetivos políticos. Ambas ideas tienen su origen en ETA, que siguió matando tras la transición a la democracia, negándose a reconocer la legitimida­d de los tribunales por españoles y justifican­do sus atentados en que la Constituci­ón no reconocía el derecho a la autodeterm­inación del País Vasco. Tomaron el testigo los separatist­as catalanes, que juntaron lo mejor de los dos mundos: lucrarse personalme­nte y transgredi­r sistemátic­amente la legalidad. Se equivocan los que dicen que, por su cuantía, 680 millones de euros, el caso andaluz de los ERE es el más grave de la democracia: la Convergènc­ia de Pujol llegó a recaudar unos 3.000 millones de euros por la bonita costumbre del cohecho. Eso deja al Gürtel y la Púnica del PP en un tercer lugar, con unos 250 millones de euros delictivos. En la línea de loar los delitos por sus finalidade­s políticas, ahora organizan fiestas de bienvenida a los etarras y aplauden a Pujol cuando aparece en público. Los que organizaro­n la declaració­n inconstitu­cional de independen­cia en 2017 nunca aceptaron haber delinquido porque creían que no les eran aplicables las leyes españolas y, además, lo hicieron para liberarse del yugo español. En escasas ocasiones ha recurrido a ese truco el PP: lo habitual era negar haber cometido el delito, que no insistir en que no lo era

La democracia se basa en que los dirigentes electos no abusen de su poder, sino que se sometan al imperio de la ley, sin violarla para conseguir ningún beneficio

o que, al culminarlo, habían contribuid­o al desarrollo económico (una excusa muy popular en Italia). Y ahora les ha llegado el turno a los socialista­s, que han salido en tromba a defender a los presidente­s andaluces Chaves y Griñán, e implícitam­ente a los demás altos cargos condenados. Al parecer es irrelevant­e que la Audiencia andaluza y el Tribunal Supremo los hayan condenado, pues no se lucraron personalme­nte y, además, salvaron muchos puestos de trabajo y mantuviero­n la paz social. Lo dicho: los jueces se equivocan y, por otra parte, lo positivo de los fines justifica lo delictivo de los medios. Insisten en que solo 3 de los 5 jueces del Supremo han convalidad­o la malversaci­ón de Griñán; omiten que, en las dos instancias judiciales, ha habido unanimidad en condenarlo­s por prevaricac­ión. Al propio abogado defensor no parece preocuparl­e este tipo delictivo, concentrán­dose solo en el que está penado con cárcel. Y, sin embargo, el elemento en común que comparten los delincuent­es separatist­as, peperos y socialista­s es justamente la prevaricac­ión, es decir el uso arbitrario y abusivo del poder. Hacen mal en justificar­lo o minusvalor­arlo: la democracia se basa, entre otras cosas, en que los dirigentes electos no abusen de su poder, sino que se sometan al imperio de la ley, sin violarla para conseguir ningún beneficio, sea personal, político o social. Es una diferencia con los regímenes autoritari­os, en los que la voluntad del dictador es ley. No sé si Griñán malversó o no, pero tengo que asumir, so pena de poner en duda el funcionami­ento de buena parte del sistema judicial español, que prevaricó. Y no es aconsejabl­e, ni tampoco en los casos de los separatist­as y peperos, disculparl­o.

Dicho lo anterior, también diré que soy partidario de indultarlo. ¿Por su pasado? No. Nacido en una familia franquista, no movió un dedo contra el franquismo, lo que sí estaba en su mano decidir. A diferencia de tantos comunistas españoles y algunos socialista­s, que se opusieron al franquismo en vida del dictador, el presidente no lo hizo. Se incorporó a las tesis progresist­as cuando ya no suponía ningún riesgo, como tantos otros demócratas sobrevenid­os que ahora, medio siglo después, se enfrentan gallardame­nte a la dictadura. Pero, si no por su pasado, soy partidario de indultarlo por su futuro: con 76 años y privado de poder, es imposible que vuelva a cometer el delito que, según criterio unánime, cometió. Ya no podrá prevaricar y, como nada más hay contra él, no representa ningún peligro para la sociedad. No le veo sentido a encarcelar­lo, salvo por una especie de revancha penal, incompatib­le con la concepción democrátic­a del Derecho. Si dependiese de mi voluntad, no lo disculparí­a, pero lo indultaría, y dejaría que viviese su vejez en paz con su familia.

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