Europa Sur

POR MOTIVOS DE SALUD

- CARMEN CAMACHO

Afe mía que la salud, eso que damos por hecho e incluso castigamos cuando se tiene y que imploramos a gritos si falta, es lo más importante. Si el cuerpo y la mente no acompañan, la cosa se pone fea. No tenerla nos asoma a la idea de muerte o –casi peor– a la de mala vida, asuntos estos que requieren de un proceso que arranca con el hecho de que se nos pasan todas las tonterías y se nos reordenan solitas las prioridade­s.

Ostentar y pretender el poder perjudica seriamente la salud. O eso parece, en vista

de que no paran de encadenars­e dimisiones y renuncias en los ámbitos político y judicial en las que se alegan razones médicas. El último y más sonado ha sido el caso de Macarena Olona y su paso efímero por el Parlamento andaluz. Le deseo larga vida lejos de la política, en su dulce hogar en Salobreña o donde ella quiera –ancha es Andalucía, donde aún resiste un sistema sanitario público a disposició­n de quien lo necesita, sin importar su procedenci­a, credo, condición, catadura moral o ideología–.

Aunque Olona y los de su partido sean los reyes del disfraz y de los bulos –recuerde el alma dormida los dos libros de texto que la candidata ultramonta­na le plantó en la cara a Juanma Moreno, uno no estaba operativo y el otro no era ni de la Junta–, no voy a descreer de sus motivos; antes bien, son

fuentes de su propio partido las que sugieren que hay otras razones en su marcha. Si la creo no es porque nos haya demostrado ser mujer de palabra, nada más lejos, sino por mi voluntad de presunción y por una convicción personal –y quizá superstici­osa– de que no se puede decir en vano que una está mala sin estarlo. Cuántas veces nos hemos visto tentados a aducir problemas de salud, propios o de nuestra abuela, para excusarnos de una cita. Las pocas veces que he mentido piadosamen­te, poniendo por achaque mi salud o, peor aún, la de algún familiar, me he sentido tan mal que no me lo he vuelto a consentir. Porque de vuelta a nuestra falsedad recibimos una compasión auténtica, una solidarida­d cierta. Sucede entonces que no podemos sostener la mirada, y se nos desdibuja el rostro, y –quien sabe si de judeocrist­ianas maneras– tememos acordarnos de esta mentirijil­la si cae malo uno de los nuestros. Desde luego que con la salud no se juega, pero tampoco con tomar su nombre en vano. Bueno sería observar esto como norma moral, en lo público y lo privado. No sienta bien fallarles de palabra a quienes nos desean de corazón salud y pronta mejoría.

Desde luego que con la salud no se juega, pero tampoco con tomar su nombre en vano

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