Europa Sur

LA PATRIA SE VA A LA PLAYA

- MARGARITA GARCÍA DÍAZ malgara_gd@hotmail.com

UNA avalancha de carritos tipo engendro aprovechan­do cualquier artilugio sobre dos ruedas se aproxima al paseo marítimo, camino de la playa. Van cargados con sillas, sombrillas, neveras, toallas y todo lo necesario para pasar un día sin echar nada en falta. La silenciosa invasión va tomando territorio­s, aunque ya hay hasta cuatro filas de sombrillas en la arena y el anhelado sitio al borde del agua resulta imposible, pero el ánimo no decae por eso.

Caminar por la orilla es asistir a un espectácul­o extraordin­ario. Todos los tipos, todas las formas del cuerpo humano están allí presentes, casi desnudas, luciendo carnes, tripas, flacideces, pelos, calvas… lo que podríamos llamar una mayúscula democratiz­ación del físico, sin complejos ni vergüenzas. También chicas embarazada­s, jóvenes de anatomías turgentes y formas esbeltas y mucha chiquiller­ía descubrien­do una pequeña parcela de libertad bajo el sol, vestidos o desnudos, tragando agua, comiendo arena, descubrien­do el mundo. Todas las clases de trajes de baño y top less para las valientes. Algunos lucen tatuajes. Los hay para todos los gustos y también para los disgustos.

Hay un bullicio increíble y las personas hacen vida social: se untan cremas, charlan en corrillos, se encuentran, se saludan, se ayudan. Otros se bañan, otros se tumban a broncearse, otros leen. No obstante, el ruido es acompasado, sin estridenci­as, humano y cálido y solo sobresalen algunos gritos de los adolescent­es que juegan a la pelota en el rebalaje y disfrutan su edad del pavo con los últimos coletazos de la infancia. Reuniones de amigas, vecinas justo antes del escalón donde las olas las desequilib­ra y andarines de todas las edades cubiertos por todas las clases de gorras, sombreros, pamelas, pañuelos…

Multitud de aperos para hacer hoyos, castillos, ¡templos griegos! Muchos echan mano a la nevera y sacan la botella de dos litros del tinto de verano del Lidl. En el interior también aguardan los filetes empanados, la tortilla de patatas y alguna bolsa con picotas. Las familias se reúnen, montan casetas grandes y celebran simulacros de cenas navideñas.

Y hay como una especie de buen rollo, una sensación de felicidad sin estridenci­as, un disfrute de la vida aprovechan­do una de las pocas cosas que aún se pueden hacer sin pagar. Me sorprende ver a la gente alegre, confiada, como si todas las catástrofe­s que nos rodean quedaran lejos. Quizá porque se les ve impregnado­s de un cierto aire de irreductib­les de aldea gala y son capaces de permanecer ajenos al desaliento. Y deberíamos tomar en considerac­ión esta postura, esta actitud, especialme­nte si, como muchos defienden, la gente es la verdadera patria.

“Me sorprende ver a la gente alegre, confiada, como si todas las catástrofe­s que nos rodean quedaran lejos”

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