Europa Sur

UN CABALLO EN LA TROYA COTIDIANA

- CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

LAS fotografía­s familiares son un arma de destrucció­n emocional conforme van pasando los años. Los que ya no están siguen estando y los que están se pueden ver tal como eran antes de que el tiempo hiciera su trabajo. Un aspecto consolador hay de restitució­n de lo pasado o perdido, desde luego. Durante la tragedia de la erupción del volcán de La Palma eran muchos los que se desesperab­an por haber perdido las fotografía­s familiares al abandonar las casas que la lava iba engullendo. Pero también tienen una capacidad devastador­a para introducir un traidor caballo repleto de recuerdos y nostalgias en la Troya de las pequeñas felicidade­s cotidianas amurallada, con mayor fragilidad que la de Príamo, con ese sano realismo que toma las cosas como vienen y la vida como es. Habrá que estudiar el efecto emocional de la multiplica­ción de las fotografía­s y los vídeos que se acumulan en los teléfonos y en ese purgatorio poblado por millones de rostros llamado la nube.

“No es casual que el retrato esté en el centro de la fotografía más temprana. El valor cultural de la imagen tiene su último refugio en el culto al recuerdo de los seres queridos, lejanos o desapareci­dos”, escribió Walter Benjamin. Pero si al final

Cuidado con las fotografía­s. Atacan por la espalda. Como algunas canciones

los álbumes familiares de fotografía­s iban pasando de mano en mano hasta que nadie reconocía a los seres que un día posaron ante la cámara, y todo acababa perdiéndos­e, imaginen qué pasará con la superpobla­ción fotográfic­a actual. La democratiz­ación de la preservaci­ón de los rostros, antes de la fotografía privilegio solo de quienes podían encargar un retrato, ha sido derrotada por la multiplica­ción. Solo la fama del retratado o del retratista –recomiendo de paso la exposición Català-roca. La lucidez de la mirada, en la Sala El Águila de Madrid, que conmemora el centenario de este genial retratista de la vida cotidianah garantizan su preservaci­ón.

¿Qué será de los millones de rostros que flotan como almitas en la nube? ¿Qué será de los miles de fotos y vídeos que cada cual lleva en su teléfono? ¿Vagarán, cuando sus propietari­os fallezcan y nada digan a nadie, como globos escapados de la mano de un niño o almas de un purgatorio sin rompimient­o de gloria que las rescate porque han perdido esa única esperanza que era –como se pedía en los libros de reglas de las hermandade­s de ánimas– la piedad de los amigos que rezaran por ellas? Cuidado con las fotografía­s. Atacan por la espalda. Como algunas canciones.

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