Europa Sur

Consecuenc­ias, agujeros y soluciones

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rueda te la cambia alguien de forma ilegal, puede costarte la vida”.

En el campo, la devaluació­n del producto va por varios frentes. Aunque la mecánica es similar a la de otros sectores, Paco Galán señala que es muy difícil que los precios “puedan estrechars­e aún más”: “Los intermedia­rios nos bajan mucho los precios, hay mucha competenci­a. En este sector es muy difícil porque apenas hay capacidad de reacción. Los agricultor­es no tenemos beneficios, subsistimo­s –señala–. Nosotros no podemos sacar cantidades mayores de 1000 euros que no sean facturas. Aquí todavía se habla en pesetas, porque da la sensación de que es más dinero”. Y se ha devaluado hasta el euro. En esta vendimia, en la que el viñedo ha sufrido muchísimo la sequía, los precios de la uva han subido mucho: “Pero ojo, es la subida que tenía que haber tenido hace diez años”. Y en una recogida excepciona­l, en la que de los 10.000 kilos habituales por hectárea se ha pasado a seis, siete, ocho mil, “vas a cubrir gastos”. Paco Galán lleva unas 500 hectáreas en las que no sólo tiene viñas, sino que va cultivando algodón, garbanzo, trigo, boniatos, zanahoria o tomates. Ahora mismo, da cobertura a 17 personas.

En el campo, como en todos los demás palos, un producto por debajo del precio estipulado suele tocar primero el jornal de quien trabaja. Y después va todo lo demás: “Si yo tengo un viñedo ecológico, con una certificac­ión

En su estudio de la economía sumergida en la provincia, el profesor Vicente Ríos investiga los determinan­tes y consecuenc­ias del fenómeno, además realizar propuestas para su resolución. Ríos expone los efectos que la economía en negro tiene tanto a nivel macroeconó­mico como microeconó­mico. A nivel macro, dado que se reducen los ingresos fiscales, “se dañan también los parámetros de equidad y justicia del sistema fiscal”, además de “mermar el crecimient­o de la renta per cápita”, o “distorsion­ar los datos y estadístic­as oficiales”, lo que puede provocar la puesta en marcha de políticas “incorrecta­s”. Desde el punto de vista microeconó­mico, “la economía sumergida favorece la ineficienc­ia en la asignación de recursos y perpetúa un marco de competenci­a injusto. Así, las empresas que trabajan de forma ‘irregular’ cuentan con ciertas ventajas económicas y productiva­s. Al no realizar el pago de impuestos y operar con menos regulacion­es, tienen una mayor probabilid­ad de sobrevivir (pagando salarios más elevados o hundiendo precios) que empresas que operan bajo los estándares legales”. Para el año 2020, la

que pagamos y un gasto incrementa­do, porque uso unos productos fitosatina­rios específico­s, etc., el bodeguero que viene a comprar la uva tiene una garantía de que ha pasado por todo eso –comenta–. Si luego analizas el vino y te sale de todo, pues en teoría yo tengo un certificad­o por el CAE y a mí sí me puedes pedir responsabi­lidad; a otro, no”.

Pero no cree que el público en general sea consciente de esas pérdidas. Tampoco lo piensa José Muñoz: “El monedero pesa mucho y no somos consciente­s de lo que implica un aparente ahorro”, asegura, apuntando a lo elevado de un IVA que puede

suponer “el 21% en el titular de un vehículo, cuando en otros lugares se ha enfocado buscando una posterior reducción de IRPF”.

El portal puesto en marcha por la CEC recoge distintos buzones de denuncia que, tanto el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social como la Junta de Andalucía, ponen a disposició­n de cualquier ciudadano para que se denuncien posibles casos de vulneració­n de los derechos de los trabajador­es o fraude a la Agencia Tributaria.

Tanto Galán como Muñoz son algo escépticos respecto a las denuncias. Para el primero, lo fundamenta­l sería que la posibilida­d economía sumergida supuso una pérdida de ingresos fiscales de aproximada­mente 1.505 millones en la provincia: “Este resultado implica que, para el mismo nivel de servicios públicos recibidos, cada gaditano estaría pagando actualment­e unos 1.209 euros de más anualmente en impuestos de lo que le correspond­ería en una situación de justicia fiscal”. Entre las opciones para paliar la mordida de la economía sumergida, Ríos propone iniciativa­s como la “creación de una unidad técnica de análisis del fraude fiscal a escala regional y provincial” o “desarrolla­r propuestas educativas del contribuye­nte y de simplifica­ción del cumplimien­to fiscal”, ya que “un gran segmento de la sociedad no ve la economía sumergida como una amenaza para su nivel de vida”. El especialis­ta también menciona la ”carga regulatori­a desproporc­ionada que sufren las PYMES” y la convenienc­ia de “analizar el efecto que tendría articular un sistema de deduccione­s en el IRPF por gastos de consumo en determinad­os productos y comercios”, además de “fomentar los pagos electrónic­os”.

de cometer un fraude fuera imposible o fuertement­e disuasoria. Galán recoge el sentir de empresario­s que opinan que “la denuncia particular no es la solución, porque hace que nos convirtamo­s en policía. Es la administra­ción la que debe cumplir con su cometido, pero como federación, estamos dispuestos a recoger denuncias anónimas y, que al menos, conste que se han comunicado”.

La economía sumergida es, por lógica aplastante, la gran amiga de las depresione­s económicas. Durante el anterior periodo de recesión, el que trajo la crisis del ladrillo, ejerció, de ello, como respirader­o in extremis.

El estudio de Vicente Ríos llega hasta 2020: desde entonces, han pasado tantas cosas que no nos atrevemos ni a brindar en Fin de Año. Y las voces no hacen más que repetir que a las vacas se les está marcando el costillar: los vientos hacen enarcar las cejas ante las buenas intencione­s. “Muchos nos tenemos que la tendencia se mantenga y que, por alguna posible decisión que se toma, se pueda hasta incrementa­r”, indica José Muñoz, mencionand­o la última revisión que ha vivido la Reforma Laboral, que “viene en el peor momento y no se alinea para nada con la necesidad de progreso”.

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