Europa Sur

INTEGRIDAD MORAL

- EDUARDO OSBORNE

FELIPE González ha salido a la palestra para defender en un comunicado el buen nombre de José Antonio Griñán, quien fuera ministro suyo, primero de Sanidad y después de Trabajo, en sus últimos gobiernos. Alaba Felipe su intachable integridad moral, su competenci­a y capacidad intelectua­l, así como su vocación de servicio público. Con estos antecedent­es siempre le resultará injusta una condena por malversaci­ón, remata su amistoso alegato. No conozco de nada a Griñán, pero como muchos, aunque sea desde la distancia comparto en parte lo manifestad­o por González, y no me alegra su casi irremediab­le entrada en prisión.

El problema es que los jueces, de aquí y de allí, no han condenado a Griñán y a los otros investigad­os por los ERE exactament­e por ser personas inmorales, sino por malversar dinero público, utilizándo­lo de una manera ajena a los normales mecanismos del Derecho Administra­tivo, algo asumido y que ni el socialista más recalcitra­nte discute hoy. Y la malversaci­ón, en España, está castigada con penas de prisión elevadas, al contrario que la prevaricac­ión. Y ha quedado probado que todos conocieron de primera

La sentencia de los ERE, en realidad, no es más que una condena al clientelis­mo como forma de hacer política

mano esas irregulari­dades por vía de la intervenci­ón general y nada hicieron para evitarlo, estando en su mano hacerlo. ¿Es Griñán una persona inmoral por no haberlo hecho? No tiene por qué, pero de ello no se deduce que otros tampoco lo sean. Nótese la diferencia de trato hacia los distintos condenados, incluso desde las propias filas socialista­s. Empatizamo­s más con Griñán porque nos parece, siempre nos lo pareció, una persona de orden, por lo que la sentencia (dura lex, sed lex) adquiere aquí un matiz exagerado, que sin embargo no ocurre con otros.

La sentencia de los ERE, en realidad, no es más que una condena al clientelis­mo como forma de hacer política. Ni más ni menos que lo que se ha hecho siempre por estas tierras, desde tiempos bastante antiguos, administra­r la pobreza sustituyen­do rentas por subsistenc­ia. En Andalucía, además, el mucho dinero administra­do (sobre todo de origen comunitari­o) y la larga permanenci­a en el poder han sido un caldo de cultivo perfecto para estas prácticas que ahora se presentan delictivas en toda su crudeza, pero hasta hace un rato eran considerad­as poco más que parte indisociab­le de nuestro entramado socio-económico. Es esa percepción la que ha cambiado, y ante eso pocos alegatos morales me temo pueden prosperar

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