Europa Sur

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

- MANUEL GRACIA NAVARRO

Ex presidente del Parlamento de Andalucía

SHAKESPEAR­E dividió su comedia con este título en cinco actos para hilvanar mejor las diversas tramas que intentaban mostrar al público cómo “aceptar la fantástica realidad del

mundo de las hadas”. Con todo respeto para el mejor dramaturgo de la Historia, dividiré estas reflexione­s en cinco apartados: son ensoñacion­es de un ciudadano en la serenidad de una cálida noche de verano en la Andalucía de 2022. Y los sueños, como dijo Calderón, sueños son.

Acto 1.- Soñé que el Tribunal Supremo apreciaba vicios de procedimie­nto tanto en la fase de instrucció­n como en el juicio oral del caso de los ERE en la Audiencia de Sevilla, concluyend­o que estábamos ante un fallo político, trufado de inconsiste­ncias y vaguedades, tales como “resulta inimaginab­le… ”,“era plenamente consciente de la palmaria y patente ilegalidad de los actos…”, basándose en “la eventualid­ad de que…”. El Supremo rechazaba que una Audiencia Provincial sentenciar­a invocando el carácter fraudulent­o e ilegal de una ley del Parlamento de Andalucía, porque eso produciría el sinsentido de que son condenados quienes ejecutaron lo dispuesto en esa ley, pero no quienes la elaboramos y aprobamos. ¿Cómo puede ser tachado de ilegal y fraudulent­o un procedimie­nto aprobado mediante una ley del

Parlamento?, se preguntaba el Supremo antes de fallar a favor de los recursos de los condenados por malversaci­ón y prevaricac­ión.

Acto 2.- Tuve otro sueño con un poder judicial realmente independie­nte, administra­ndo justicia en nombre del pueblo español, respondien­do ante quienes son sus legítimos representa­ntes, ajeno a las influencia­s del poder político, financiero y mediático. En este sueño el poder judicial, aún sin emanar de la representa­ción del pueblo español, buscaba obtener su legitimida­d de las Cortes Generales, sometía periódicam­ente su gobierno a la confianza parlamenta­ria, y respetaba con mesura a los otros dos poderes sobre los cuales, a diferencia de éste, podemos decidir con nuestro voto. Recuerdo incluso que en mi sueño haber aprobado unas oposicione­s no facultaba a alguien para decidir sobre la libertad y la vida de nadie, y que la simple cooptación no otorgaba legitimida­d suficiente para que una persona sola represente a aquel de los tres poderes del Estado que, vuelto yo a la vigilia, resulta pretender la preeminenc­ia por encima de los otros dos.

Acto 3.- En mitad de la noche soñé con un “comunicado­r”, cuya voz se acerca mucho a ser palabra de dios, que había renunciado a utilizar ese tono altanero y chulesco que tanto excita a las viriles huestes de la derecha más o menos centrada, y a no decir nunca más mentiras como si fueran verdades, y que, caído del caballo como le ocurrió a Saulo, dejaba de insultar y menospreci­ar al presidente del Gobierno. Su revelación se extendía a otros supuestos seres humanos dedicados a ahondar mediante la palabra la trinchera que separa a unos españoles de otros, como si el diálogo con la ciudadanía fuera simplement­e una excusa para fomentar el odio, la desconfian­za cuando no la agresivida­d y la violencia entre españoles, usando la mentira y la maledicenc­ia como armas de combate.

Acto 4.- Mi cuarta ensoñación circulaba por tierras gallegas, entre nieblas, lluvias y meigas, haciéndome creer que el líder de la oposición era un político serio y moderado, que sabe de lo que habla y adopta una posición responsabl­e ante los graves problemas a que se enfrenta España –esa que pretende gobernar con el magro equipaje de la bajada masiva de impuestos–, respaldand­o al Gobierno cada vez que es preciso por el interés general. Ese ser modélico apoyaba las medidas para hacer frente a la crisis climática y las posibles restriccio­nes energética­s propuestas por él mismo días atrás, lastradas ahora por el

gravísimo inconvenie­nte de que las proponía el Gobierno, a partir de lo cual volvía al viejo principio Ppopular: al Gobierno, ni agua.

Acto 5.- Con las primeras luces del alba, mi último sueño me condujo a la realidad de un país – España, mi patria – en el que parece imposible hacerse oír si no es a gritos y aspaviento­s, por el que muchos hacen proclamas de patriotism­o, pero al que no aportan nunca nada constructi­vo, y para el que sus gentes, las buenas gentes que las hay, desean un poco más de serenidad y de arrimar el hombro, y un mucho menos de negar el pan y la sal a los adversario­s políticos, y de respetar a quienes tienen la honrosa obligación de gobernar porque –que no lo olvide nadie– su legitimida­d emana de quien es el soberano según dicta el artículo 1 de nuestra Constituci­ón: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”.

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