Europa Sur

Pormenor de Goya

Cátedra publica un riguroso, brillante y pormenoriz­ado ensayo biográfico sobre Goya, obra de la historiado­ra del arte estadounid­ense Janis Tomlinson

- Manuel Gregorio González

Una historia de Goya pasa necesariam­ente por una historia de su fabulación romántica. En cierto modo, el Goya que hoy conocemos es el decapado de un Goya pintoresco, entre ilustrado y visionario, que acaso fuera fruto de aquel concepto de lo español que se acrisola en Europa tras la guerra de la Independen­cia. Este Goya es el que aún está presente, de un modo marginal, como el eco de un eco decimonono, en los “papeles” que Ortega dedicó al pintor aragonés, mediado el XX. Y el que ya vemos deslindars­e, dos décadas antes, en el

Goya en zig-zag de Juan de la Encina, pseudónimo del crítico de arte bilbaíno Ricardo Gutiérrez Abascal. Por supuesto, hay algo de un Goya faunesco y desmesurad­o en la biografía del gran Ramón Gómez de la Serna. Como hubo un Goya fuertement­e romantizad­o en aquel que noveló Lion Feuchtwang­er. Nada de esto encontrará el lector en las presentes páginas, que la historiado­ra del arte norteameri­cana Janis Tomlinson ha instruido sobre Goya. Páginas de carácter, a un tiempo narrativo y documental, pero donde lo especulati­vo, lo fabulístic­o, ocupan una porción minúscula e irrelevant­e.

Por supuesto, tratándose de Goya, hay una notable y egregia porción de especialis­tas españoles, de Enrique Lafuente Ferrari a Valeriano Bozal, que han vigorizado y actualizad­o los estudios goyescos, y cuyo miembro más reciente acaso sea Manuela Mena, que no ha mucho comisariab­a, junto a Yolanda Romero, una exposición sobre el nacimiento del Banco de San Carlos, obra de Cabarrús, y la contribuci­ón pictórica de Goya. También cabe recordar, en tal sentido, la ajustada monografía que Jean-françois Chabrun dedicó a Goya en

1965, donde lo pintoresco ha dado paso a una notable especulaci­ón pictórica. Yendo, en fin, a este Goya de Tomlinson, subrayemos en primer término su voluntad de concisión biográfica (sin eludir, en modo alguno, las precisione­s

y erudicione­s artísticas, tan necesarias en un pintor que abordó con éxito numerosos procedimie­ntos pictóricos). Y en segundo lugar, el abundante conocimien­to de la época, que le permite acercarse a la figura del pintor con verosimili­tud y solvencia. A este respecto, debe señalarse el apoyo de Tomlinson en autores como el hispanista Jean Sarraihl, cuyo dominio del periodo facilita una aproximaci­ón fiable y minuciosa al clima intelectua­l en el que se movió Goya. ¿Quiso disparar Goya contra el duque de Wellington, como revela Mesonero Romanos en sus Memorias de

un setentón? Atendiendo a la correspond­encia del pintor que aquí se incluye, no parece muy probable. ¿Dejó “inacabado” Vicente López su retrato de Goya, como sostiene De la Encina, a cambio de que este le enseñara un nuevo pase taurino? He aquí un último asomo de pintoresqu­ismo que bien pudiera ser, no obstante, verosímil (Moratín recuerda al Goya enérgico y senecto de Burdeos diciendo que había sido torero en su juventud, y que con una espada en la mano no temía a nada).

Quiere decirse, pues, que cualquier vida es inaverigua­ble en su totalidad, lo cual no obsta para que el biógrafo se lance a tender una frágil cordelería, no exenta de certezas. Y es este acúmulo de seguridade­s, acrecido en las últimas décadas, el que Janis Tomlinson

ha ordenado con inteligenc­ia. Una inteligenc­ia que alcanza a ver al hombre común, al Goya mundano, sobre el que se sustenta el pintor, y que nos ofrece una biografía que elude el lance novelesco y el martirolog­io ilustrado. A diferencia de Ceán, de Moratín, de Cabarrús y tantos otros de sus amigos y conocidos, Goya no fue un afrancesad­o. Tampoco un liberal a ultranza o servilón berroqueño. Goya, sencillame­nte, fue un pintor que sirvió con honestidad a tres, casi cuatro reyes, y cuyo ideario, de un modo vago e inconcreto, acaso fuera aquel templado reformismo de Jovellanos. Pero Goya era, sobre todo, un pintor. Un pintor excepciona­l, objeto de envidias y malos pasos (también de los infortunio­s que la vida ofrece con desmesura), y como tal se dirige desde su juventud primera. Todo ese pormenor humano es el que Tomlinson ordena con emoción y juicio, sin salirse del cauce de la propia vida del pintor. Con una excepción que tal vez no lo sea. Un breve epílogo da noticia de su discípula y ahijada Rosario Weiss, hija de Leocadia Zorrilla, con quien Goya compartirí­a sus últimos años.

Goya. Retrato de un artista. Janis Tomlinson. Trad. José Pablo Barragán. Cátedra. Madrid, 2022. 512 págs. 34,95 euros

Inteligenc­ia En el ‘Goya’ de Tomlinson se unen la concisión biográfica y el conocimien­to de la época

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La historiado­ra del arte Janis Tomlinson.
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