Los toros de Zalduendo se cargan la vuelta de la lidia a San Sebastián
Una corrida de feas hechuras y sin el mínimo fondo de raza de Zalduendo, hierro propiedad de la misma empresa gestora de la plaza de toros de San Sebastián, arruinó en la tarde de ayer el espectáculo en la vuelta de los toros al coso donostiarra de Illumbe tras tres años de parón, celebrado con el cartel estrella de la feria.
Ni uno solo de los seis toros, incluido el sobrero que sustituyó al inválido tercero, aguantó una sola tanda completa de muletazos de la terna, lastrados todos ellos por un vacío de raza y de fuerzas que se agravó por el pésimo estado del ruedo, que era un auténtico patatal sin compactar tras la reciente obras de adaptación del recinto.
Con ese panorama, y con una escasa media entrada de público, fue José Antonio Morante de la Puebla quien logró los únicos momentos de cierta brillantez, que no de emoción, de una tarde que pasó lenta y tristemente en blanco en una plaza necesitada de alicientes y buen toreo para volver a recuperar el ambiente perdido tras los parones forzados por los azares de la política y la pandemia.
El artista sevillano, que se descalzó en cuanto apreció como estaba la arena, logró al menos cuajar al primero de la tarde, que tuvo algo más de duración, un templado quite a la verónica, ayudándole en los remates por alto tanto como lo hizo luego con la muleta para alargar así, con compostura y buena técnica, una embestida mortecina, algo que ni siquiera tuvo el rajado y vacío toro cuarto, segundo de su lote, con el que abrevió.
El segundo astado de la tarde se afligía al mínimo esfuerzo que le exigiera con los trastos un Alejandro Talavante que le intentó templar sin atacarle en exceso en una faena de bajo tono, mientras que el quinto del envío, el morlaco de más cuajo de todos, convirtió en cabezazos defensivos la fugaz movilidad que mostró de salida.
Por su parte el matador de toros también sevillano Pablo Aguado lidió en primer turno de su lote un ejemplar de “zalduendo” que fue feo, por alto, silleto y vareado, que se paró y se reservó demasiado pronto, obligándo al matador a machetear tras unos breves e imposibles intentos de armar alguna faena. Tampoco el regordío astado sobrero lidiado como sexto de la tarde de la ganadería de La Palmosilla le dejaría desquitarse, ya al final del festejo, por su flojera de remos y su falta de potencia para mover tanto tonelaje.