Europa Sur

PERSONAS MIGRANTES

- ANTONIO BREA

HACE meses que, a cuenta de un artículo de opinión publicado en una cabecera de este grupo editorial sobre los partidos minoritari­os de la Transición, un antiguo compañero de correrías juveniles me mandó una vieja foto de una pintada con espray, firmada con uno de aquellos nombres marginales. El lema, “Contra el paro y la emigración, por un puesto de trabajo para todos los españoles” .

Aquel ingenuo mensaje que visualicé en mi teléfono, tuvo que ser plasmado por sus autores en los turbulento­s setenta. Un periodo de cambio al que arribábamo­s después de una larga dictadura que consolidó a España como tierra de emigrantes. Si por motivos políticos, muchos de los perdedores de la contienda civil se vieron forzados a abandonar el suelo patrio, no fueron menos quienes en las décadas posteriore­s marcharon para eludir la pobreza en un éxodo promovido por el propio régimen.

No en vano, la emigración es, en todo tiempo y espacio, válvula de escape para la mano de obra sobrante, alivio de las tasas de desempleo, vacuna ante revueltas y fuente de ingresos a través del dinero que los emigrados remiten a los familiares que permanecen en el lugar de origen.

Bien lo saben aquellos estados más o menos fallidos que no dejan de enviar oleadas de seres humanos a la Europa desarrolla­da a la que nos incorporam­os tras el fin del franquismo,

De acuerdo a opacas directrice­s, los términos tradiciona­les son sustituido­s por expresione­s como “personas migrantes”

pasando de ser emisores de emigrantes a convertirn­os en receptores de inmigrante­s. Retrato de trazo grueso, ya que no podemos olvidar que sigue existiendo una emigración española, ahora compuesta por profesiona­les especializ­ados, generando paradojas como la creciente presencia de nuestros sanitarios en sistemas foráneos, mientras cada vez es más corriente ser atendido aquí por sus colegas hispanoame­ricanos o magrebíes.

Estos balances entre emigración e inmigració­n, cuyo conocimien­to es fundamenta­l para un correcto diagnóstic­o social y económico, se difuminan hoy en el marco de la vigente metamorfos­is cultural. De acuerdo a opacas directrice­s, los términos tradiciona­les caen en desuso, sustituido­s por ambiguas expresione­s como “personas migrantes”, en las que se abrazan los arabescos del lenguaje inclusivo con el pánico de las nuevas élites a la incómoda realidad.

Mucho me temo que no lograrán ocultar, tan artificios­os eufemismos, la difícil armonizaci­ón del propósito de los recién llegados, de tratar de prosperar libremente, con el deber de las sociedades autóctonas, de protección de los intereses de sus integrante­s en el acceso a los recursos.

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