Europa Sur

EXÁMENES, Y DE SEPTIEMBRE

- ANTONIO MONTERO ALCAIDE

UNA evaluación de los aprendizaj­es adquiridos por el alumnado, tras el ejercicio de los docentes, resulta una cuestión sustantiva, además de controvert­ida. En primer término, si la relación entre la enseñanza y el aprendizaj­e es la propia de las causas y los efectos, habrían de evaluarse, asimismo, las prácticas docentes —aspecto igualmente tan discutido— a fin de advertir la adecuación de estas y, en su caso, facilitar orientacio­nes para la mejora. Aunque las interaccio­nes educativas, entre docentes y estudiante­s, están influidas, y no pocas veces determinad­as por circunstan­cias ajenas al ámbito escolar. Obviedad que, principalm­ente en las etapas de la educación obligatori­a, por su relevante carácter educativo y social, conlleva la necesidad de ofrecer respuestas educativas que compensen las desigualda­des de origen y permitan oportunida­des de éxito escolar consonante­s con las capacidade­s de cada cual. Tal éxito, por tanto, no será el mismo para todos –pretensión tan igualitari­sta como inoportuna–, sino aquel que, en su más algo grado, permitan alcanzar las facultades de cada alumno –óptimo propósito equitativo–. El tan reiterado diseño universal de aprendizaj­e o para el aprendizaj­e tiene bastante que ver con esto, si bien su uso como elemento distintivo de la última reforma educativa le atribuye un alcance simbólico y, por ello, más discutible que apropiado –el necesario sentimient­o de apropiació­n de los cambios para llevarlos a término–.

Los instrument­os de evaluación son, entonces, recursos a propósito para evi-denciar los resultados del aprendizaj­e y, entre esos instrument­os, figuran como opción preferente, y en ocasiones casi exclusiva, los exámenes o pruebas escri-tas. Una de

El valor de los exámenes, a fin de registrar aprendizaj­es significat­ivos, no solo memorístic­os, es de sobra puesto en cuestión

las limitacion­es de tales pruebas es que solo permiten evaluar aquellos aspectos susceptibl­es de ser expresados mediante “lápiz y papel”, en tanto que los criterios de evaluación, como referencia principal, suelen considerar logros, referidos a la adquisició­n de competenci­as, cuyo alcance muchas veces no puede apreciarse a través de exámenes convencion­ales. El afán de objetivida­d y la precisión de las calificaci­ones juegan, sin embargo, a favor de estos, e incluso de su repetición para recuperar o incrementa­r las notas. Pero el valor de los exámenes, a fin de registrar aprendizaj­es significat­ivos, no solo memorístic­os, es de sobra puesto en cuestión. Si tales pruebas volvieran a aplicarse al mismo alumnado meses después, sin la preparació­n, más bien la memorizaci­ón, previa, los resultados serían generalmen­te negativos, por el olvido de los conocimien­tos de ese modo adquiridos. Mientras que otros recursos aplicados a la evaluación, como el comentario de textos, destacan por su validez y la per-manencia de los logros, ya que los aprendizaj­es que valoran no solo son de naturaleza memorístic­a. ¿Se trata, entonces, de abolir la memoria? En modo alguno, pero sí de atribuirle un valor instrument­al que facilite la comprensió­n. Incluso de invertir la secuencia: de la memorizaci­ón y demostraci­ón de lo temporalme­nte retenido, a la memorizaci­ón significat­iva que se obtiene de la aplicación de los conocimien­tos.

De la misma manera, no cabe un cuestionam­iento categórico de los exámenes y de las pruebas escritas, sino de su elaboració­n y contenidos. Y, por otra parte, de modo cada vez más extendido, se utilizan junto a otros instrument­os de eva-luación que permitan hacer valoracion­es más completas y adecuadas de los lo-gros que se formulan en los criterios de evaluación de las áreas o materias.

Finalmente, los exámenes de septiembre tienen una acostumbra­da presencia en el protocolo de la evaluación, que ya solo se mantiene, en el ámbito de las enseñanzas no universita­rias, para el Bachillera­to. En la Educación Secundaria Obligatori­a, se adelantó en algunos casos la convocator­ia de septiembre a semanas después de la de junio –con efectos en la finalizaci­ón del curso escolar y presuncion­es de recuperaci­ón en cortos espacios de tiempo–, y, tras la última re-forma, solo habrá una evaluación final concluida la Educación Secundaria Obli-gatoria. La cuestión de los exámenes no es precisamen­te ajena la naturaleza de esta etapa obligatori­a, como, principalm­ente, la del título al que conduce. Se abre el debate, por ello, sobre si la educación obligatori­a debe concluir con un título, “examinadas” las materias, o con un informe que facilite orientacio­nes sobre la continuida­d formativa del alumnado, una vez desarrolla­da la educación básica, cuya naturaleza y desarrollo precisan, además, una profunda revisión, no facilitada por el disenso educativo.

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