Europa Sur

A LA SOMBRA DEL FICUS

- CARMEN CAMACHO

LO que se puede viajar en agosto sin moverse una de su calle! Que se lo digan a Immanuel Kant. En estos días, las gentes del barrio de Triana, en Sevilla –las que quedan por aquí; en estas fechas buena parte del vecindario busca, con razón, refugio climático en la playa o en la sierra– hemos visto de todo. Conocen la noticia, ha salido en todos lados: donde ayer había, a las puertas de un templo, un ficus de sombra misericord­iosa, de 110 años, hoy hay un muñón, y un boquete dentro de todos los que vivimos aquí. Parroquia y Ayuntamien­to esgrimían, para sajarlo y otorgar licencia para ello respectiva­mente, que el árbol era un peligro. Se basan en un informe arquitectó­nico pagado por dicha parroquia. Frente a ello, una petición ciudadana: detener la tala de un árbol histórico hasta la realizació­n de informes interdisci­plinares objetivos. Ninguna tontería, a mi entender. Para ello, solicitaro­n medidas cautelares ante el juez, que fueron admitidas a trámite. Había claros indicios de que talar no era la única solución en esta ciudad sin sombra, ni mucho menos la más práctica, y de que el peligro para los viandantes y el templo no es un árbol vivo, sino la falta de cuidado de sus ramas y raíces. El resto de la historia ya la conocen.

En estos días he visto cómo los muchos policías que garantizab­an la tala se iban

Bajo un árbol ha sido posible esa forma de pensar juntos que los griegos llamaron ‘diálogo’

apretando, cada vez más, bajo la sombra menguante del árbol. He visto falsas dicotomías –o templo o ficus– correr como la pólvora. Y al Ayuntamien­to actuar desoyendo una resolución del propio Ayuntamien­to, y a la parroquia en contra de su doctrina (me esperanzó leer el artículo de la Archidióce­sis titulado Los árboles nos facilitan la vida: salvad el ficus de la parroquia de San Jacinto). Yo he visto el agua y la savia rezumando a cada corte de motosierra.

Pero también he visto cosas que no creeríais. A mujeres rezar ante el cordón policial. A una chica del barrio encalomada en la copa, abrazada al árbol para dar tiempo a los trámites judiciales. A la vecina de enfrente haciendo lentejas para quienes se encadenaro­n. A abogadas, arquitecto­s, biólogos, paisajista­s y otras gentes de conocimien­to actuando con desinterés por lo que consideran un bien común. Y a personas de izquierdas y de derechas y católicos practicant­es y ateos, pasar de la polarizaci­ón al encuentro. Bajo un árbol ha sido posible esa forma de pensar juntos que los griegos llamaron diálogo. Ello, a pesar de todo, da frutos. La sombra del ficus que ya casi no sea frondosa y alargada.

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