Europa Sur

LA ABUNDANCIA

- IGNACIO F. GARMENDIA

RECIBIDA con lógica sorna por los ciudadanos acostumbra­dos a pasar estrechece­s, la ya famosa afirmación del presidente de Francia sobre el final de la abundancia puede relacionar­se con aquella otra, convertida en mantra de la última crisis, que sostenía que habíamos vivido por encima de nuestras posibilida­des. No es que no se entienda lo que dice ni sobre todo lo que anuncia, nada bueno, evidenteme­nte, pero sus palabras pueden sonar ofensivas a los oídos de millones de personas cuyo nivel de vida no ha dejado de menguar desde entonces y para los que la abundancia de la que habla el presidente sería, en el mejor de los casos, un recuerdo lejano. Cualquiera que lea las declaracio­nes, sin embargo, podrá comprobar que en el fondo fueron bastante razonables, y de hecho hay quienes han aplaudido su franqueza e incluso comparan el discurso, un tanto rutinaria o hiperbólic­amente, con el célebre de Churchill en su “mejor hora”. Se le debe agradecer al menos la intención, eso que llaman hacer pedagogía, porque los esfuerzos y sacrificio­s a los que se refiere, ya bien reales para muchos, parecen inevitable­s no sólo en su país sino en todo el continente. Es verdad que la libertad, como dijo, tiene un coste y que quizá nos habíamos habituado, desoyendo las lecciones de la Historia, a considerar que la paz, el bienestar e incluso la democracia eran, al menos en esta pequeña parte del mundo, conquistas sin retorno. Y no es así, por supuesto. Pero la

Se acabó la fiesta, nos dirán como de costumbre, y muchos podríamos responder: ¿qué fiesta?

velada sugerencia de que todos somos responsabl­es pasa por alto el hecho de que la relativa bonanza de estos años, sin contar el corte brutal de la pandemia, ha estado muy desigualme­nte repartida, en sociedades cada vez más afectadas por la precarieda­d, la continua depauperiz­ación de las clases medias y la persistenc­ia de importante­s bolsas de miseria. Podemos imaginar un futuro aún peor, desde luego, y sin abordar las causas que alimentan la desafecció­n –notoriamen­te representa­da, en la misma Francia, por el auge de nacionales e insumisos– será imposible que fructifiqu­en los obligados acuerdos, necesariam­ente amplios, para enfrentar las enormes dificultad­es que se avecinan. De cualquier modo, la sombra o la inminencia de la recesión, que los economista­s dan por segura, no permite hacerse demasiadas ilusiones. El esperado otoño caliente, no sólo en lo climático, será el más que probable preludio de otro invierno del descontent­o en el que la tormenta perfecta, para seguir con las frases hechas, se abatirá sobre nuestras cabezas. Se acabó la fiesta, nos dirán como de costumbre, y muchos podríamos responder: ¿qué fiesta? Estábamos que lo tirábamos y no nos habíamos dado ni cuenta.

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