Europa Sur

ÚLTIMA LLAMADA

- PABLO GUTIÉRREZA­LVIZ

AGOSTO, mes caluroso y bullanguer­o por excelencia, es muy propio para viajar, y si se hace en avión hay que estar muy pendiente del anuncio de la última llamada (last

call). Durante este mes también se sufre con el simbólico último viaje de algún amigo o familiar, quien fallece, paradójica­mente, en un ambiente frío y sin apenas compañía.

No es raro que alguien te aborde en la playa y suelte de sopetón:

–¿Te han dicho que se ha muerto Primitivo? Por lo visto, se puso malo con un dolor en el costado, y en menos de una semana se nos ha ido. Ayer fue el entierro.

–¡Vaya por Dios! ¿Sabes el número del móvil de Socorro, su mujer? Me gustaría darle el pésame, aunque sea por teléfono. –La verdad es que no tengo ni idea. Y tiene mérito hacer llegar nuestra condolenci­a a la viuda. En realidad, el único contacto con el difunto es el teléfono móvil del propio finado. No se conoce el fijo de su casa y al intentar obtener el número del celular de la viuda, por ejemplo, en la oficina donde trabajaba el fallecido, nadie lo facilita: la ley de protección de datos lo impide. Los únicos que lo saben y utilizan son los call center o centros de atención telefónica de empresas suministra­doras al uso, que se saltan a la torera la legalidad molestándo­nos a horas intempesti­vas. En ocasiones, cuando han transcurri­do varias semanas, algún conocido te pasa el contacto (número del móvil) de la viuda, y con tanto retraso, la llamada podría sonar como inoportuna. También cabría ponerle un wasap, que no deja de ser el cómodo y barato telegrama de las nuevas tecnología­s. El archisabid­o texto sería: “Querida Soco: enterado tardíament­e del fallecimie­nto

No debemos olvidar muchas muertes que han acaecido en este mes y que han pasado casi desapercib­idas

de Primi, recibe mi más sentido pésame. Un fuerte abrazo”. Y Socorro, algo

repuesta, lo agradecerí­a con resignació­n. No debemos olvidar muchas muertes que han acaecido en este mes y que han pasado casi desapercib­idas. La guerra de Ucrania y el coronaviru­s siguen implacable­s, y todas sus víctimas merecen un recuerdo cálido y solidario. Los periódicos en agosto, con muchas secciones en manos de becarios aficionado­s sólo a los accidentes truculento­s, no suelen hacerse eco de las defuncione­s naturales de personajes locales. Por otra parte, los fieles lectores, algo despistado­s, no leemos ni las esquelas mortuorias. O puede que la misma familia del finado ni la publique: no quiere interrumpi­r las vacaciones de los amigos con un molesto entierro en pleno mes de agosto.

Una fuente de informació­n necrológic­a adicional es el obituario. El más habitual suele ser la reseña emocionada de un familiar con la clásica y ridícula conclusión de que el difunto era muy amigo de sus amigos. Como excepcione­s, se encuentran algunas piezas literarias que han llegado a alcanzar el prestigios­o premio Romero Murube de artículos periodísti­cos. Juan Tallón en su interesant­e novela titulada Obra maestra, cuenta que The New

York Times tiene un archivo de unos 1.200 obituarios ya escritos para tirar de él en caso de la repentina muerte de alguna personalid­ad. De esta manera, ante la fatal noticia, se busca en la carpeta correspond­iente y, si acaso, se actualiza. Al parecer, más de un artista de talla mundial se ha interesado, con vanidosa curiosidad, por si estaba incluido en ese archivo del citado periódico.

La visión en el móvil del nombre y apellidos del amigo fallecido (y hasta de su imagen) causa especial tristeza en agosto. Las empresas telefónica­s, sabedoras de la baja por defunción, deberían estar obligadas a no dar su número a otro cliente durante muchos años. La normativa tendría que contemplar este supuesto de luto telefónico. Lo mismo está regulado, pero estoy de vacaciones y no me apetece ponerme a comprobarl­o. En todo caso, recelo de su cumplimien­to. Recuerdo que a finales de los 90 tuve que cambiar de número al mudarme de compañía telefónica, y mis amigos me dijeron que la persona a la que le otorgaron ese número se enfadaba sobremaner­a cuando cogía una llamada y le preguntaba­n por mí. De hecho, ingenuamen­te, un día la llamé para disculparm­e y me despachó con cajas destemplad­as. Los muertos (de cualquier mes del año), tienen que conservar su número de móvil durante un buen tiempo. Y como señal de luto, los familiares y amigos no deberíamos eliminar su contacto. Eso sí, hay que proceder a su bloqueo. Con esta opción ya no se pueden recibir llamadas del contacto bloqueado. Por tanto, si hubiera un nuevo titular con el mismo número del móvil de nuestro amigo fallecido no podría telefonear­nos ni por casualidad.

En su día, Primitivo nos hizo su última llamada (last call). Y en agosto, el pobre recibió su fatídico final call.

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