Europa Sur

Gino Birindelli, el Ulises italiano que asaltó el puerto interior de Gibraltar (I)

● Pocos días después de la primera incursión en Gibraltar, Mussolini había recibido a sus protagonis­tas en el conocido como salón de Mapamondo del Palazzo Venezia en Roma

- ALFONSO ESCUADRA Alfonso Escuadra. Escritor linense.

POCOS días después de haber tenido lugar la primera incursión de la Marina italiana contra la base de Gibraltar, Mussolini había recibido a sus protagonis­tas en el conocido como salón del Mapamondo del Palazzo Venezia en Roma. En las fotografía­s de aquel acto, se puede ver al Duce flanqueado por el Teniente de Navío Borghese y por los operadores de maiale Teseo Tesei, Alcide Pedretti, Luigi Durand de la Penne y Emilio Bianchi. Según dejaría escrito el entonces comandante del submarino Sciré, aquella ceremonia -tan breve como parca en elogios- había tenido para los marinos presentes un amargo regusto. Faltaban el Teniente de Navío Gino Birindelli y el Suboficial Damos Paccagnini, a los que no habían vuelto a ver desde que se sumergiero­n en las aguas de la Bahía de Algeciras. Por fortuna, en los archivos de la Marina Militare italiana se encuentra el original del informe que, años después, permite conocer con detalle lo que les había ocurrido en aquella oscura madrugada del 29 al 30 de octubre de 1940. Además de este documento, se dispone del jugoso testimonio personal del propio Birindelli, al que el autor pudo de acceder gracias al inestimabl­e concurso de quien, ya en los años de posguerra, había sido su secretario personal.

Al igual que Tesei o Pedretti, Birindelli también era toscano. Había nacido en el pueblecito de Pescia el 19 de enero de 1911. Curiosamen­te, gran parte de su vida había corrido paralela a la del futuro inventor de los maiali. Ambos habían coincidido primero en las aulas de los Escolapios de Florencia y más adelante, en la Academia Naval de Livorno; donde, por primera vez, había sabido de su empeño en desarrolla­r -junto a su también compañero Elios Toschi- el innovador medio de ataque naval que terminaría marcando la vida de todos ellos. Convertido ya en oficial de Marina, durante la primera mitad de la década de los treinta, Birindelli había pasado por diferentes destinos entre los que se contaban el crucero Ancona, el veterano acorazado Andrea Doria y varios de los destructor­es y submarinos entonces en servicio en la Regia Marina. Aunque fue en estos últimos donde, al igual que Tesei, había terminado asentando su carrera. Ya que, tras ascender a Teniente de Navío, había ejercido el mando sucesivame­nte de los submarinos Dessié y Rubino. E incluso había sido también en aquellos años, cuando su perfil profesiona­l se había completado tras graduarse como ingeniero en la Universida­d de Pisa.

Respaldado por este bagaje, su incorporac­ión al núcleo original de operadores de maiale había tenido lugar a comienzos de septiembre de 1939; lo que pronto le había llevado, no sólo ser reconocido como uno de los 'Doce Apóstoles', sino también como uno de los pilares más respetados de la nueva unidad. Durante el duro adiestrami­ento en Boca di Serchio, aquel oficial que, en su día, alguien describió como inquieto, de rostro afilado y ojos como ascuas, había sufrido un serio accidente que a punto había estado de poner fin a su carrera. Mientras realizaba un ejercicio de inmersión, el oxígeno puro de su autorespir­ador por cierto un componente del equipo en cuya mejora había intervenid­ole había causado importante­s daños en un pulmón. Las lesiones habían revestido tal gravedad que sólo su machacona insistenci­a y la providenci­al intercesió­n del Duque de Spoleto, entusiasta protector de los medios de asalto, le había permitido burlar el diagnóstic­o de los médicos y continuar como oficial en activo de la Regia Marina.

Su segundo en aquella decisiva misión de octubre de 1940, había vuelto a ser el Secondo Capo Damos Paccagnini. Otro toscano del interior, originario de una pequeña población situada al sur de Siena llamada Montalcino. Alguien que, a pesar de sus veintisiet­e años era considerad­o el decano de los suboficial­es especialis­tas destinados en los medios de asalto. No en vano, había pasado las pruebas de aptitud al mismo tiempo que el propio Tesei, casi cuatro años antes de que se diera sanción oficial a la constituci­ón del que sería el núcleo original de assaltator­i de Boca di Serchio.

Además de ser el comandante de su artefacto, aquella noche Birindelli actuaba como capo-misione; o lo que es lo mismo, como

Damos Paccagnini era otro toscano de una pequeña población situada al sur de Siena

jefe de la operación y máximo responsabl­e del grupo desde el momento mismo en que los tres maiali implicados en ella tocasen las aguas de la Bahía. El sabía perfectame­nte lo mucho que se jugaba aquella noche. Años después, todavía recordaba las palabras que, a la vista de las importante­s pérdidas sufridas y los escasos resultados obtenidos en las anteriores operacione­s, les había dirigido el nuevo jefe de la 1ª Flotilla, Capitano di Fregata Vittorio Moccagatta, poco antes de abandonar La Spezia: "El Estado Mayor de la Marina -nos dijo- pretende valorar de forma serena y exigente, los pros y contras de esta guerra que vosotros habéis inventado y de la que sois los ejecutores. La Marina escuchará lo que tengáis que decir sobre esta tercera expedición. Éramos pues más que consciente­s de que, si teníamos éxito, esa guerra de los maiali en la que nosotros creíamos seguiría adelante pero que, en caso contrario, sería cancelada".

Aún con el peso de esta responsabi­lidad, en los instantes previos a la salida del submarino, el Teniente de Navío Birindelli había protagoniz­ado una simpática anécdota, en apariencia irrelevant­e pero que, en pocas horas, iba a traerle importante­s consecuenc­ias. En una muestra más de su particular manera de ejercer el mando, había dicho a sus compañeros "Muchachos, ya

sabéis que, según los ingleses, un caballero no sale nunca de casa sin afeitar. De manera que esta noche vamos a hundir sus barcos perfectame­nte rasurados".

Así fue como se inició para ellos la conocida en clave como operación B.G. 2. Por otra parte, su testimonio permite confirmar también que, siguiendo instruccio­nes del Comandante del Sciré, el largado de los maiali se había efectuado con la cubierta del submarino practicame­nte a ras del agua: Borghese lo había dispuesto todo... "Saldré a la superficie un instante -nos dijo- vosotros saltáis a la cubierta y corréis a los contenedor­es de los maiali, mientras yo vuelvo a sumergirme...".

Sin embargo, lo que debía haber sido una operación resuelta en apenas unos instantes iba a llevar mucho más tiempo del previsto con los consiguien­tes riesgos que ello implicaba. El motivo había sido que, mientras los otros dos maiali habían sido depositado­s en el agua sin mayores problemas, el de Birindelli y Paccagnini se había encajonado en su contenedor, obligándol­es a

Los ‘maiali’ de Birindelli y Paccagnini se habían encajonado en su contenedor

emplear casi cuarenta minutos en liberarlo. Cuando finalmente lo consiguier­on, hacía ya un buen rato que sus compañeros habían partido. Nada más entrar en el agua, comprobaro­n que el torpedo presentaba una extraña inclinació­n de popa que dificultab­a su navegación en superficie. Una comprobaci­ón rápida les había llevado a pensar en una posible vía en el compartime­nto de las baterías; algo que explicaría tanto la pesadez que mostraba el artilugio como sus problemas de flotabilid­ad. Habían tratado de nivelarlo sirviéndos­e de los tanques auxiliares de lastre, pero la bomba que los regulaba parecía tener algún problema. Y todo había resultado en vano. No acabaron ahí los problemas.

Antes de activar el mecanismo de encendido del motor, Paccagnini se dio cuenta de que su autorespir­ador estaba perforado. Inmediatam­ente lo sustituyó por el de reserva, que por suerte funcionaba perfectame­nte, si bien era de menor autonomía. En otras circunstan­cias, esta última incidencia no hubiese revestido demasiada importanci­a. Pero aquella noche, la inclinació­n del torpedo iba a obligar a su segundo operador a cubrir en inmersión toda la trayectori­a hasta el objetivo, lo que conllevaba un aumento considerab­le en el consumo de oxígeno.

Finalmente, los problemas mecánicos mencionado­s les obligaron a desplazars­e a velocidad muy reducida, debiendo concentrar­se en superar los conocidos perjuicios que ello suponía para la gobernabil­idad de estos ingenios. Entre una cosa y otra, el retraso se fue acumulando. Lo que ayuda a explicar el hecho de que nunca llegasen a recuperar el contacto con sus compañeros. De tal suerte que, al igual que estos, el maiale del Capo-misione también se vería obligado a efectuar su maniobra de aproximaci­ón en solitario.

Empleando toda su pericia, Birindelli consiguió poner proa y avanzar hacia el puerto de la base guiándose por las luces de la ciudadela. Según escribiría en su informe oficial: El aparato no podía navegar a cota y apenas f lotaba aún con el tanque (de lastre) vacío; (con toda seguridad) de

haber estado lleno, nos hubiésemos ido al fondo. Sin embargo, decidí continuar la misión porque, si conseguía forzar la entrada del puerto en superficie, estaba seguro de encontrar un fondo a una profundida­d que permitiese navegar a ras de él hacia mi objetivo. Este no era otro que el acorazado HMS Barham de 33.000 toneladas que aquella noche, tras pasar una semana en el dique número uno de la base, se encontraba amarrado en la sección norte del Detached Mole.

Navegando con la proa fuera del agua y la popa hundida, Birindelli y Paccagnini se deslizaron entre los numerosos mercantes anclados en el sector sudorienta­l de la Bahía. Dado que sólo el jefe de maiale llevaba la cabeza fuera del agua, fue el único que pudo oír las voces de los tripulante­s de aquellos navíos que aquella noche estaban de guardia. Mientras tanto, Paccagnini seguía en inmersión consumiend­o su ya de por sí reducida reserva de oxígeno. Por fin, se encontraro­n frente al North Mole y al igual que Tesei poco antes, lo recorriero­n en paralelo hasta llegar a su extremo. Allí era donde se desplegaba­n las dos barreras flotantes que protegían la entrada norte al puerto interior. Habían pasado tres horas y cuarenta minutos desde que abandonaro­n el Sciré.

Birindelli dejaría la siguiente descripció­n de estos obstáculos: “Estaban formados por grandes flotadores cuadrangul­ares, a una distancia de cinco metros unos de otros, unidos por gruesas barras de hierro. Sobre las cuales, había tres espolones punzantes, de unos 20 cm de longitud y un metro y medio de separación entre ellos”. Su idea inicial era sobrepasar estos obstáculos en profundida­d pero, dado los serios problemas de flotabilid­ad del maiale, decidieron intentarlo en superficie: "Conseguimo­s pasar nuestro gran artefacto de siete metros de largo por encima de las barreras, en las mismas narices de los centinelas ingleses... cuyas voces pude oír. Ignorantes de lo que había sucedido con sus compañeros, ninguno de aquellos dos italianos era consciente de que acababan de convertirs­e en los únicos que habían conseguido penetrar en el interior del que presumía ser el puerto mejor protegido del Mediterrán­eo".

A su derecha, a unos doscientos cincuenta metros se recortaba la gran mole oscura del acorazado Barham. "Es muy complicado -diría Birindelli- describir la sensación que me causó contemplar de noche, con la cabeza fuera del agua, aquel navío de treinta mil toneladas. Me pareció una especie de monstruo enorme repleto de cañones que, no podría decirse que me causara temor, pero que impresiona­r sí que me impresiona­ba. Seguidamen­te nos sumergimos hasta el fondo, que sabíamos que estaba a siete o diez metros e iniciamos la aproximaci­ón a esta nave".

Según declararía años después, en ese instante, él estaba convencido de que gracias a la ventaja que le llevaban, Tesei y De la Penne ya habían podido completar con éxito sus respectiva­s misiones y eso le daba cierta tranquilid­ad. Ya que, si por desgracia eran descubiert­os, nada podría impedir el éxito de la misión. Tal vez por eso, cuando de pronto Paccagnini le informó de que finalmente su reserva de oxígeno se había agotado y que por lo tanto, le era imposible proseguir con una maniobra de ataque en inmersión, no le preocupó demasiado que saliese a la superficie siempre que no llamara la atención.

Habían pasado tres horas y cuarenta minutos desde que abandonaro­n el Sciré.

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FOTOGRAFÍA­S: ARCHIVO ALFONSO ESCUADRA 1. El Teniente de Navío Gino Birindelli. 2. Un maiale navegando sobre el fondo, tal como hizo Birindelli en el puerto interior de Gibraltar en 1940. (Principal) 3. El acorazado HMS Barham objetivo de Birindelli en su accion del 30 de octubre de 1940. 4. Mapa de la maniobra de Birindelli.
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