Europa Sur

EL MERCADO EN EL MUNDO

- JOSÉ JUAN YBORRA

CUANDO Calderón de la Barca publicó El gran mercado del mundo recogió el llamamient­o de la Fama para que todos compraran con su talento aquello que desearan; ahora, los autos sacramenta­les tienen el regusto de los anaqueles olvidados, aunque los mercados forman parte de nuestro léxico más cotidiano.

El central de Algeciras se ha conocido por el tautológic­o nombre de la plaza. Allí, bajo la blanca cúpula diseñada por Eduardo Torroja, entre los apiñados puestos portátiles de lonas que competían en vano con la vela ovoide de hormigón y claraboyas, acudíamos en busca de todo lo que hacía falta. Una multitud desembocab­a en sus esquinadas puertas para comprar hortalizas del Acebuchal, pescados de la lonja, rojos filetes de retinto, manteca, aceite, frutos secos, búcaros, flores, huevos, llaves y hasta pavos que acudían a su entorno cada diciembre. Tabernas, bancos, bares, droguerías, cafés, cordelería­s, boticas y tiendas de calzados se apiñaban al abrigo de los vanguardis­tas muros que presentían un mar invisible pero cercano, que arrimaba el salitre con cada bocanada de levante desde la Pescadería y el Ojo del Muelle.

Hoy se mantiene la blanca cúpula de hormigón y claraboyas, aunque separada de un mar cada vez más lejano y con salitre apenas presentido. Sigue siendo el lugar adonde encaminamo­s nuestros pasos en busca de lenguados y jureles, atún y retinto, frutas cada vez más exóticas y hortalizas de

Hoy se mantiene la blanca cúpula de hormigón y claraboyas, aunque separada de un mar cada vez más lejano

apartados huertos. Sus puertas se siguen abriendo, aunque no son cruzadas por las muchedumbr­es de antaño. Las voces familiares y amables que atienden en los puestos tienen la digna prestancia de los que resisten estoicos los vaivenes del tiempo y nos saludan cada mañana con la noble frescura de quien se siente eslabón de una cadena de frágil solidez.

Lejos de estos pagos, en las reconverti­das manzanas de Hudson Yards, al oeste de Manhattan, se abren las puertas de otro mercado, el de Little Spain. Allí, sin vanguardis­tas cúpulas de hormigón y claraboyas, entre inverosími­les rascacielo­s transparen­tes, muelles que comunican con mares lejanos y vías de tren reconverti­das en verdes paseos aéreos; allí, en una Nueva York donde es difícil distinguir la luna de un anuncio de la luna, se abre un mercado fundado por José Andrés y los hermanos Adriá. Allí, a casi seis mil kilómetros de la bahía, se incluyen unos paneles con cuatro mercados destacados de España: el de San Miguel, en Madrid, la Boquería, en Barcelona, el Central de Valencia y el Ingeniero Torroja de Algeciras. Allí, con acento sajón, se elogia un espacio que todos reconocemo­s como nuestro, pero que resulta necesario que multipliqu­emos su valor. En este caso, la fama internacio­nal reconoce a un mercado del que debemos sentirnos orgullosos, pero donde son necesarios más talentos, impulsos y decisiones para que la blanca cúpula siga albergando vida en el gran mercado de nuestro mundo.

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