Europa Sur

LOS ERRORES Y LAS PALIZAS DEL VERANO

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@grupojoly.com

SE marchan los veraneante­s con kilos de más, con las tarjetas de crédito cargadas a la espera de una estocada en treinta días y con las pieles con las marcas blancas del bañador, salvo que hayan hecho el tontucio y se hayan subido el traje de baño las ingles desnudas en imitación del cateto delantero portugués. Se van y vuelven las gaviotas a ser señoras de la playa, el viento a peinar las arenas, las velas, las tablas, los hinchables y los flotadores a esfumarse, y los chiringuit­os a ser plácidos lugares para los cabales. “Los que vivimos aquí estamos deseando que os vayáis”. La frase es demoledora. Quienes estamos de paso en cualquier sitio somos un suplicio para los que han echado raíces. Todo aquello que no forma parte del paisaje cotidiano tiende a generar molestia. Y de vez en cuando nos recuerdan nuestra condición de interinos en la costa. Hay una Andalucía que está de paso como la hay de minoría que vive en núcleos playeros y anhela su reencuentr­o con un septiembre de paz, sosiego y tardes más cortas. El ajetreo, el movimiento, el ruido del trasiego, y la bulla en las terrazas genera economía, pero nunca paz. Las ciudades no están más tristes sin turistas, son más pobres, que no es lo mismo. Pero interesa confundir la algarabía con la prosperida­d. Así los arraigados digieren mejor a los que están de paso, esos transeúnte­s

Adiós a las colas en la farmacia, a los excesos, a las cenitas en diminutivo y a la imagen del Rey de España en pantalón corto

de playa y club por un mes, acaso una quincena o incluso unos “diítas”, el diminutivo más usado desde que ya no se conjuga el verbo veranear. La economía es un buen digestivo. Pero la gente quiere su paz particular, la farmacia sin colas, el periódico de papel que no se agota a primera hora, el autobús de línea con las caras de siempre, sin las tatas de rostro avinagrado a las que no dejan bañarse en la piscina, y sin lista de espera en el restaurant­e de siempre. Los veraneante­s son (somos) un mal necesario. Inaguantab­les por exigentes. El fin del verano es un alivio para muchos vecinos de municipios costeros, pero tenemos interioriz­ado que está marcado por la melancolía por culpa de la canción del Dúo Dinámico yde la serie Verano Azul. Adiós al verano con alegría, a los mosquitos, a los excesos, a los gastos extraordin­arios, a los compromiso­s de la cenita (otro diminutivo), al que te encuentras de año en año y te da la paliza sobre las notas de la carrera universita­ria de su hijo (por las que nadie nunca ha preguntado) y, sobre todo y por encima de todo, a los tíos talluditos en bermudas. Qué error, qué inmenso error el de don Felipe con pantalón corto. El rey... semidesnud­o. Prefiero el que estuvo en su sitio aquel agosto de hace cinco años el día después de los atentados en Cataluña. Los veranos son siempre peligrosos.

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