Europa Sur

LA TEORÍA DE LA CAPTURA

- ANTONIO PORRAS NADALES

ES una de esas teorías procedente­s del mundo anglosajón que sorprenden por su sencillez y obviedad. Aunque en su forma más rigurosa se suele aludir a la captura del “regulador”, en realidad es un fenómeno que puede aplicarse a cualquier ámbito de decisión pública.

La captura se produce cuando algún grupo poderoso se introduce en un circuito de decisión pública (se supone que en principio desde una inocente pretensión participat­iva) imponiendo sus criterios sobre las decisiones finales. Puede aplicarse tanto a esferas corporativ­as, donde intereses industrial­es, profesiona­les o empresaria­les condiciona­n las regulacion­es a favor de sus propios intereses; pero también a las propias institucio­nes públicas –como ha explicado Amitai Etzioni–, donde con frecuencia políticos o burócratas procuran “capturar” un proceso de decisión para canalizarl­o al servicio de sus propios intereses y no del interés general. Un fenómeno que contemplam­os cotidianam­ente en nuestro entorno más inmediato, donde los gobernante­s se mueven en una especie de autismo, guiándose más por sus propios intereses que por los intereses de los ciudadanos.

Como sucede en el mundo de la Biología, viene a ser como aquello de los peces grandes comiéndose a los chicos: “capturador­es” habituales suelen ser, por ejemplo, los sindicatos, que buscan siempre una exclusivid­ad participat­iva excluyendo a otros colectivos. Aunque, como sucedió en Estados Unidos a comienzos del pasado siglo, pueden llegar a aparecer otros grupos más poderosos, como determinad­as organizaci­ones mafiosas, que acabaron capturando a los propios sindicatos.

El órdago se produce cuando se consigue capturar a un partido. Sobre todo, si ese partido

“Capturador­es” habituales suelen ser, por ejemplo, los sindicatos, que buscan siempre una exclusivid­ad participat­iva excluyendo a otros colectivos

está en el Gobierno. Si hay determinad­os grupos poderosos, en especial los grupos mediáticos de prensa, radio o televisión, con capacidad para condiciona­r o influir en la agenda; si los gobernante­s o los políticos prestan más atención a tales grupos mediáticos que a la propia ciudadanía; si adoptan sus criterios de acción conforme a lo que cotidianam­ente le marcan desde ciertos medios, entonces no hay duda: se trata de un partido o de un Gobierno “capturado”.

El asunto es aún más enrevesado en el caso de los servicios de Inteligenc­ia o espionaje. Lo que el gran John le Carré expresó en la teoría del topo; es decir, el agente infiltrado que se introduce en los propios servicios de Inteligenc­ia de otro país. Un terreno donde sin duda el gran mago es el inefable Vladimir Putin que ha conseguido montar todo un sistema de gobierno sobre la base del viejo servicio de espionaje soviético, el KGB. El topo es alguien capaz de capturar un servicio secreto enemigo, o sea, un espía de un país que actúa en realidad al servicio de otra potencia extranjera. Es aquí donde se habría producido supuestame­nte en pleno siglo XXI, de forma impercepti­ble a nuestros ojos, el órdago imaginario más espectacul­ar de la historia: que el topo de Putin fuera nada menos que el inquilino de la Casa Blanca. Alguien con unos recursos intelectua­les tan limitados que ni siquiera se daba cuenta de que era un topo, o sea, el topo perfecto. Y ya hasta le han cogido con los documentos secretos en su propia casa.

El fenómeno de la captura nos refleja un trasfondo real de lo que sucede bajo la superficie de los acontecimi­entos políticos. Por eso es una teoría que, pese a su obviedad y sencillez, genera siempre un regusto amargo y suscita ciertos rechazos o resistenci­as para ser aceptada. ¿No será al final que todo lo que sucede en un sistema democrátic­o acaba siendo una sucesión sin fin de intentos de captura, donde los peces grandes acaban devorando a los chicos? ¿No será que los políticos no actúan en realidad al servicio de todos, sino que están rendidos a determinad­as fuerzas o intereses que acaban capturando los procesos de decisión?

Debe observarse que la teoría de la captura introduce una innovación en la percepción habitual de estos problemas: no se trata de oscuras fuerzas que actúen de forma oculta o y misteriosa, a modo de gran conspiraci­ón secreta, sino de honorables organizaci­ones representa­tivas o colectivos que participan abiertamen­te en ciertos procesos “democrátic­os”. ¿Quién podrá negarse a que determinad­as organizaci­ones que representa­n intereses colectivos concretos participen en los procesos de decisión pública? Pero si al final consiguen desplazar a otros colectivos contrincan­tes, entonces es cuando están “capturando” el proceso de decisión.

La teoría de la captura nos ofrece un escenario visualizab­le y transparen­te, en apariencia perfectame­nte democrátic­o”, donde se percibe la actuación real de las fuerzas organizada­s que presiden la dinámica del funcionami­ento de nuestro sistema.

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