Unei implanta en el País Vasco la telemonitorización para pacientes crónicos
de forma domiciliaria siempre que sea posible, para mantener al paciente en su entorno y reforzar su autonomía.
Los beneficiarios de esta prestación, que depende del Gobierno vasco, son 250 de Vizcaya y 50 de Álava, culminaron su entrenamiento en el manejo de los nuevos dispositivos de forma satisfactoria.
Unei acumula una experiencia de más de 20 años en la externalización de todos los procesos integrales relacionados con la teleasistencia para diversos prestadores, como la Junta de Andalucía, Cruz Roja, Televida o Atenzia. También es el servicio técnico oficial de los principales fabricantes de del sector, como Tunstall, Neat, Televés y Tecnovida (Bosch).
En Andalucía, de la mano de la Agencia de Servicios Sociales y Dependencia de la Junta, lleva a cabo el aprovisionamiento e instalación domiciliaria de equipos, su reparación o retirada cuando es necesario, la coordinación con los usuarios, etc. Ello supone que cuenta con un operacional, una flota de vehículos y un equipo de técnicos instaladores con la máxima capilaridad en el territorio, así como un laboratorio propio para el mantenimiento y reparación.
Este conjunto de tareas no solo cumple una función social de atender a personas mayores y dependientes, sino que tiene un importante objeto social, ya que Unei emplea para ello a personas con problemas de salud mental y otro tipo de discapacidades, colectivos con una elevada tasa de paro y dificultades de inclusión.
Unei es una empresa social andaluza sin ánimo de lucro cuyo objeto es la inserción laboral de personas con enfermedad mental y otras discapacidades.
Aestas alturas tan tempranas de septiembre, utilizar en la prensa la metáfora de que “se acabó la fiesta” es ya cansina, un recurso de
como dicen ahora los pequeños. Desde que comenzó el mes nono, he escuchado unas tres veces en la radio la canción de título, precisamente, de Serrat, cuyas estrofas finales dicen: “Y con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza, y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal, y el avaro a las divisas. Se acabó; el sol nos dice que llegó el final. Por una noche [uno o dos meses de verano, mejor] se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle, se acabó la fiesta”. Según muchos vaticinios veraniegos –¿todos?–, estamos en la antesala de la verdadera bajada de la cuesta, de la económica y de la social... que diría Forrest Gump. Bueno, juguemos a llevar la contraria, sin llegar a dar la murga del pensamiento positivo, y digamos que la cuesta la bajaremos, pero solo un poco. O que al menos no rodaremos cuesta abajo sin frenos, sin manos, sin piños y sin un puñetero duro desde el comienzo de la segunda quincena de cada mes. La inflación, la crisis energética, la sequía, las hipotecas rampantes y otros jinetes del apocalipsis de otoño nos darán fuerte y flojo, aseguran, no sin algún fundamento, ¿será por fundamentos? Pero no llegarán las mascadas hasta el cielo de nuestras pobres bocas. Quizá se trate al final de un huracán como el que parece que caerá sobre nuestras cabezas en los próximos días: una pelea de perros, una enfermedad pasajera, que dejarán algún rescoldo bajo nuestras cenizas laborales y domésticas.
No lo digo yo, que lo dice el economista jefe del BCE, Philip