Europa Sur

TURBULENCI­A EN EL VUELO BARATO

- TACHO RUFINO @Tachorufin­o ▼

EN los vuelos anteriores a 1985, fecha en la que nació Ryanair, se producían fenómenos de consumo sorprenden­tes, cuyo ejemplo más enigmático era el trasiego de zumo de tomate por parte de buena parte del pasaje: apuesto a que –como a quien suscribe– no se les ocurría tomar tal bebedizo en casa. Las señoras emperifoll­adas, luciendo tacones, sombreros de caché y bolsos de marca formaban parte del paisaje de los aeropuerto­s, que nada tenía que ver con la estabulaci­ón alborotada y las correntías de turistas haciendo cola que ahora los caracteriz­an. El llamado bajo coste (entregamos la cuchara castellana y diremos low cost) no lo inventó la compañía irlandesa de Michael O’leary, sino que fue la estadounid­ense Pacific Southwest Airlines en 1948 la que comenzó a ofrecer vuelos baratos, dicha sea esta palabra en ambas acepciones: de bajo precio y de baja calidad, proveyendo un servicio disminuido, desprovist­o de detalles o comodidade­s. Resulta llamativo que la aerolínea pionera del ramo muriera justo cuando nacía la reina –reina europea– del low cost,

Ryanair, que golpeó en el hígado, en el mentón y en la cuenta de resultados de las llamadas compañías de bandera –Iberia, en nuestro caso–. Un sorpasso histórico.

De la mano, los clientes de vuelos comerciale­s también han mutado en bajo coste, mejor dicho, bajos ingresos y mutados pelaje y atuendo. Se obró la democratiz­ación del turismo, que tiene otro rasgo sociológic­o que no necesita explicació­n: los jóvenes de hoy, hijos de internet, han viajado cien veces más que sus padres cuando éstos tenían su edad. Son auténticos cracs aeroportua­rios. Ya no hay viajeros, mientras que los turistas se han multiplica­do enormement­e. La pandemia atizó a las compañías low cost ,yelencarec­imiento del combustibl­e y, en general, todo suministro las ha hecho zozobrar. Hasta tal punto, que se han visto obligadas a redefinirs­e, que diría un consultant. Los precios a 9,99 el trayecto van a ser cosa del pasado. Los billetes a 40 subirán a 50 como mínimo, y esa tarifa dará derecho al estricto servicio genérico: a desplazart­e a un aeropuerto secundario en Bérgamo, Stanstead o Gerona, adonde el turista de batalla llega muchas veces sin mayor criterio que el del menor precio. Eso aseguraba hace tres días O’leary, un tipo aguerrido, capaz –su éxito es de leyenda– y francament­e provocador. Aprovechó para llamar a los huelguista­s españoles de su empresa “comunistas” (palabra, por cierto, renacida de sus cenizas para regusto de los extremosos de la otra banda; y es que hasta el comunismo hoy es de bajo perfil).

Ryanair ha arrastrado al turismo a una democratiz­ación y mutación completas

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