Europa Sur

‘TRECE VIDAS’

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

NI siquiera en el pico de la ola de calor caí en la tentación de afirmar que el mejor invento de la humanidad es el aire acondicion­ado, aunque lo estimo tanto. Lo de rueda no es moco de pavo. Pero nada sustituye en mi podio a la anestesia. Uno no es impunement­e hipocondrí­aco cruzado con epicúreo. En los momentos de fervor religioso, recuerdo a aquel personaje de Flannery O’connor que afirmaba que su única posibilida­d de ser santa (era una niña) consistía en el martirio, si iba rápido. Yo haría un excelente mártir, como santo Tomás Moro, si tuviesen el detalle de anestesiar­me antes.

Siendo tan partidario, he disfrutado mucho de la película Trece vidas (Colin Farrell, 2022), sobre el rescate de los niños tailandese­s y de su entrenador que quedaron atrapados en la cueva Tham Luang por el monzón en 2018. Mi hija Carmen, viéndola, suspiró incrédula: “Hay que ver cómo llueve por ahí y qué poco aquí”. No quiero hacer spoiler o destripe del argumento, aunque, como el caso real tuvo una trascenden­cia global, más o menos se sabe. También lo del papel protagonis­ta de la bendita anestesia.

Sobre la película, en cambio, tengo mis peros. Se concentra demasiado en la gesta de los hombres rana que los rescataron y pasa por encima de la convivenci­a de los chicos en la cueva y de la importanci­a que tuvo el heroico (y también joven) entrenador.

Yo haría un excelente mártir, como santo Tomás Moro, si tuviesen el detalle de anestesiar­me antes

La espiritual­idad, el sentido de equipo, la austeridad y la amistad fueron esenciales. Es una pena que la película no lea ni una de las cartas que los chicos escribían a sus padres y que en los periódicos de entonces nos encogían el corazón. Y que no recree sus conversaci­ones. Nos lo perdemos.

A cambio, de los buzos conocemos todos los detalles, y se lo merecen, por su recio heroísmo, por su valor, por su sangre fría y por una caridad nada sentimenta­loide, que se agradece por lo uno y por lo otro.

Afortunada­mente, el director también se fija en unos voluntario­s, muy alejados de los focos, y un tanto frikis, que se ponen a canalizar el agua de lluvia en la montaña para que no se filtre en la cueva. Ese trabajo devino esencial. Esta vez la frialdad de los guionistas y del director vienen de perlas. No seremos con suerte las víctimas inocentes ni daremos para héroes ni ejerceremo­s de políticos; pero muchas veces podremos ser los que se esfuerzan por desviar un pequeño curso de agua o similar. Y aunque no parezca nada glamuroso, resultarem­os vitales.

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