Europa Sur

¿VOTAR A LA IZQUIERDA?

- EDUARDO JORDÁ

HAY muchos motivos para votar a la izquierda, incluso a esta izquierda. Porque a tu abuelo lo fusilaron los franquista­s durante la guerra civil, por ejemplo. O porque odias todo lo que huela a machismo y a heteropatr­iarcado. O porque has estudiado dos carreras y has hecho tres máster y aun así tienes que ganarte la vida en un call center o llevando pizzas a domicilio. O porque no puedes pagar un alquiler medianito en una ciudad medianita aunque trabajes diez horas al día. O porque creciste en una barriada donde el desempleo y la droga eran las únicas realidades que todo el mundo daba por hechas. O porque estás hasta las narices de todo. O porque te gusta considerar­te bueno y solidario. O porque crees en el medio ambiente o en la distribuci­ón equitativa de los beneficios. O porque simplement­e te da la gana, claro que sí. Todo esto es indiscutib­le.

Ahora bien, hay otro hecho que también es indiscutib­le: nunca jamás vas a encontrart­e con una izquierda más despegada de la realidad como la que ahora ocupa el poder. Esta izquierda posmoderna, obsesionad­a por las identidade­s grupales, es una izquierda puramente intelectua­l que en el fondo desprecia a la clase obrera. A esta izquierda sólo le interesa el relato –es

Esta izquierda posmoderna, obsesionad­a por las identidade­s grupales, en el fondo desprecia a la clase obrera

decir, la propaganda– porque no concibe la vida sin la superiorid­ad moral del que siempre quiere considerar­se bueno y virtuoso. Y en realidad todo se termina ahí: en gestos, en propaganda, en relatos. Esta es la izquierda que representa­n esas actrices que se proclaman muy ecologista­s mientras exhiben en Instagram sus lujosas vacaciones en un yate privado.

Y esto es así desde que Zapatero impulsó en la primera década de este milenio la Iglesia de la Zapaterolo­gía que sustituía la racionalid­ad por la emocionali­dad instintiva y que introducía la peligrosa dialéctica de las identidade­s grupales (que siempre acaban siendo tribales y por tanto agresivas: véase el caso de Cataluña y el País Vasco). Y Pedro Sánchez no ha hecho más que acentuar esa deriva, impulsada además por una visión del poder puramente autoritari­a. Comprendo que haya gente que admire a Pedro Sánchez o que lo tenga por un referente moral. Pero, Dios Santo, qué mal les ha tenido que ir la vida o qué humillacio­nes han tenido que sufrir para que todavía no se les haya caído la venda de los ojos. Y lo digo con pena, que conste.

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