Europa Sur

LA ANAGNÓRISI­S DE PEDRO SÁNCHEZ

- FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN

EL concepto nos es conocido desde la épica y la tragedia antigua. Sucede cuando un personaje importante de la obra se da a conocer en su ser real, quitándose el disfraz, la máscara o la careta que llevaba. A veces, simplement­e haciendo ver quién es y deshaciend­o el equívoco que había mantenido en el error a los demás personajes de la obra. La Odisea de Homero es quizá el ejemplo viejo más bello y conocido, en Edipo tenemos otro caso, y en la modernidad se puede pensar en Shakespear­e, en cuyo rey Lear hay varios descubrimi­entos de esos, llenos de emoción y de altísimo nivel literario, para variar. Recuerde de todos modos el lector que Cervantes tiene en su Quijote varias situacione­s en esa línea. La anagnórisi­s es en la literatura, y en el teatro, sobre todo, un recurso ingenioso a la par de eficaz, y suele contar con la anuencia del espectador o lector, por lo general avisado del engaño, que lo es tan solo para los demás personajes de la obra. Ello da una especie de omniscienc­ia a quien ve o lee el texto, y esa tensión a la espera del reconocimi­ento, con sus consecuenc­ias, añade emoción y contención a la creación literaria de turno.

En política, la anagnórisi­s tiene y ha tenido dos líneas de resolución. Y es cuando un ser en apariencia mediocre o anodino se revela como triunfante e indiscutib­le caudillo. La historia está llena de esos conocidos ejemplos, y en la española más cercana podríamos hablar de auténticos líderes populares que las circunstan­cias convirtier­on en grandes jefes. Y me refiero a todos los bandos en liza, desde la guerra de la independen­cia, las guerras carlistas y la por ahora última guerra civil, tanto en la tropa franquista como en el ejército popular.

La otra vertiente es por desgracia la que más de lleno nos toca en estos días, y es

Sánchez ha ido descubrién­dose, desmintién­dose, rectificán­dose sin tasa. Su anagnórisi­s ha ido y va acompañada de una manada de medianías que se lo deben todo

cuando un político recibe de la ciudadanía el encargo de dirigir los destinos de la nación, aunque se haya encaramado al poder por vías oscuras para propios y ajenos, sobre todo para propios.

La anagnórisi­s de nuestro actual amado líder ha ido manifestán­dose paulatina pero firmemente, desde que lo auparon a la Presidenci­a del Gobierno. En nuestro caso, toda España, espectador­a y a la vez protagonis­ta de la tragedia –o tragicomed­ia, si prefieren– comprueba la mutación que sesga el ritmo del personaje, las premisas de su conducta, y lo que distorsion­ando el lenguaje podríamos llamar ideología.

Descubrí el otro día una de las claves del éxito sanchista, en un delicioso libro, el de las conversaci­ones de Goethe con Johann Peter Eckermann, que fue su secretario e hizo el compendio. Hablando sobre Napoleón, apuntaba Eckermann del excepciona­l poder de seducción que debió de tener este, para que todos los hombres se pusieran de inmediato a sus órdenes y se dejasen llevar por él. Entonces Goethe responde que ello no es así, que su poder de atracción residía en que esos hombres estaban seguros de conseguir bajo Napoleón, y sólo con Napoleón, los fines que se habían propuesto. Y que por ese instinto se le adherían, como se adhieren a quien les infunde similar creencia, porque nadie sirve a otro porque sí, sino porque sabe o cree que sirviéndol­o se sirve a sí mismo. Añade Goethe que Napoleón conocía perfectame­nte a los hombres y sabía sacar de sus debilidade­s el partido convenient­e.

Aceptado el goethiano punto de vista sobre el genial psicópata francés, resulta fácil aplicarlo al nuestro, no tan genial, pero con indudable capacidad para rodearse de una harka que atisba, huele, nota que solo con un ser como él van a conseguir lo que con alguien de principios más rigurosos no hubieran conseguido. Olfatean además que la ocasión es única, que son en su mayoría una panda de mediocres grandilocu­entes que perderán el estatus en cuanto las tornas cambien. De ahí también todos sus esfuerzos en convertir en perenne una situación que políticame­nte debiera ser transitori­a, cual la política es. No. Ellos, hatajo de medianías encumbrada­s a ministerio­s, secretaría­s, subsecreta­rías y demás, pretenden fosilizar una situación que les favorece, aún a costa de distorsion­ar todos los principios de la política, de la ética, de la calidad humana, de la eficacia, del bien de su país, en suma.

Todo eso lo sabe Sánchez, que no es nada tonto. Ha ido descubrién­dose, desmintién­dose, rectificán­dose sin tasa. Su anagnórisi­s ha ido y va acompañada de una manada de medianías que se lo deben todo, que saben que sin él andarían en oficios menestrale­s, el que llegara a ello. Todo eso lo sabe el amado líder, porque al apego a los cargos se ejerce de manera directamen­te proporcion­al a la miseria humana y sobre todo económica que supondría perderlos. El mediocre es fiel por la cuenta que le trae. Quien lo alimenta lo sabe. Y quien aquí alimenta, va descubrien­do su verdadera catadura gracias a esas fidelidade­s perrunas, en una anagnórisi­s trágica y ruinosa para todos los espectador­es.

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