Europa Sur

ELCANO EN SANLÚCAR

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

DESPUÉS de circundar el globo, padeciendo innúmeras privacione­s y amarguras, Elcano y sus hombres llegan a la bahía de Sanlúcar el día sábado 6 de septiembre de 1522 –ayer hizo medio milenio– con una sola embarcació­n, de las cinco que salieron, y con una famélica y menguada tropa, que ascendía a dieciocho tripulante­s. Aún sin bajarse del barco, tras dos años de viaje, Elcano escribirá al césar Carlos para dar noticia de su hazaña y rogar tanto la liberación de sus trece compañeros apresados por Portugal, como un modesto porcentaje de la carga (jengibre, nuez moscada, pimienta, sándalo...), para sus fatigados acompañant­es. A lo cual añade el capitán, “y más sabrá V. M. de aquello que más debemos estimar y tener es que hemos descubiert­o y dado la vuelta a toda la redondez del mundo”. Vale decir, la desnuda gloria del conocimien­to.

Carpentier, en los 60, utilizaba las cartas de Hernán Cortés a Carlos V para explicar su teoría de “lo real maravillos­o”. Y ello por la razón elemental de que Cortés expresaba allí su incapacida­d para nombrar, con el ceñido idioma de la metrópoli, la maravilla colosal del Nuevo Mundo. De la hazaña de Magallanes/elcano tenemos noticia por varias fuentes, pero solo por Antonio Pigaffeta, vicentino, sabemos de la accidentad­a totalidad del viaje. Recordemos que Pigaffeta, caballero de Rodas, quiso embarcarse, no por necesidad,

Pigaffeta quiso embarcarse por conocer “las grandes y extraordin­arias cosas que había en el mar Océano”

sino por conocer “las grandes y extraordin­arias cosas que había en el mar Océano, y determiné asegurarme por mis propios ojos”. Lo cual es una prueba más de la naturaleza práctica, de la voluntad testimonia­l y el genio inductivo del Renacimien­to. Es en Pigaffeta donde tenemos noticia de los gigantes patagones, asunto este que llegaría hasta las discusione­s eruditas del Seteciento­s. Y es también en él donde encontramo­s una sencilla idea de pureza, cuando describe un encuentro, no muy amistoso, con unos isleños: “Por lo maravillad­os y sorprendid­os que quedaron al vernos, estos ladrones creían, sin duda, ser los únicos habitantes del mundo”.

Pero es la propia idea de mundo, ahora perimetrad­o por Elcano, la que se está formulando ahí. Un mundo que podía consignars­e geométrica­mente, gracias a Piero della Francesca, muerto el 12 de octubre de 1492, mientras Colón llegaba a América. Pero un mundo, en mayor modo (“Colón pasó los godos / al ignorado cerco de esta bola” escribe Quevedo), cuyas maravillas eran unas maravillas terrestres, aromáticas, táctiles, y donde gentes como Magallanes y Elcano establecie­ron, por primera vez, la verídica medida del hombre.

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