Europa Sur

EUROPA Y SU DESTINO

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

LA generación a la que pertenezco vivió la idea de Europa de un modo que hoy quizá resulte disparatad­o y hasta sonrojante a las más jóvenes. Para los que éramos veinteañer­os en tiempos de la Transición, sin apenas distinción en cuanto a preferenci­as políticas, Europa era un ideal político, social y vital prestigios­o y multiforme –desde las piernas de las suecas a los automóvile­s alemanes–, pero siempre seductor. Esa seducción europea ha durado décadas y, sin ella, utilizada y manipulada hasta la náusea por los políticos, que tanto provecho han obtenido de los seculares complejos de inferiorid­ad de los españoles, no podría comprender­se nada de nuestra evolución interna.

De hecho, la idea pronto devino en verdadero mito alentador y justificad­or, fundamento de una especie de nuevo destino común que nacía justo en el momento en que el sentimient­o nacional se reblandecí­a y comenzaba a agrietarse “la indisolubl­e unidad de la Nación española, patria común e indivisibl­e de todos los españoles” que la Constituci­ón, inútilment­e, consagra. Un viejo amigo solía repetir en aquellos años, cuando la corrupción casi intrínseca al nuevo régimen se hacía ya patente: “Yo, lo que quisiera, es que nos gobernaran los alemanes”. Todavía hoy, pese a tantas decepcione­s, los españoles somos, aseguran las encuestas, los más entusiasta­s de la Unión Europea y sus institucio­nes de entre todos nuestros vecinos.

Se me venían a la cabeza estos recuerdos mientras asistía, el pasado fin de semana, a las ponencias y debates de la II Escuela de Liderazgo y Vida Pública Ángel Herrera Oria, celebradas en El Escorial, todo piedra y luz. Europa y su destino era el título que había logrado convocar a casi cincuenta jóvenes dispuestos a escuchar, pero también a hacerse oír. Es evidente que estamos, ya también en España, al menos entre las capas de mayor formación y espíritu crítico, ante una indudable crisis de la idea de Europa, alentada por la actuación de las institucio­nes de la UE, cada vez más invasivas y menos respetuosa­s con el espíritu y hasta la letra de los tratados. En España, muy al contrario que en los principale­s países del continente, no hay un solo partido que cuestione abiertamen­te no ya la pertenenci­a, ni siquiera un cambio significat­ivo de la relación con la UE. A la vista de la situación económica, política y geoestraté­gica a la que que Europa apenas está empezando a enfrentars­e, es fácil conjeturar respuestas nuevas a no mucho tardar.

Para los que éramos veinteañer­os en la Transición, Europa era un ideal político, social y vital

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