LAS CORTES DE LAS FIESTAS
LLEVAMOS todo el verano viviendo festejos en todas y cada una de las ciudades, pueblos y barriadas de nuestra geografía. Y con ellas vienen una serie de actividades que, no por ser repetidas, provocan expectación e interés: los alumbrados, los pregones, las cabalgatas, las casetas, las atracciones… Y, para dar el pistoletazo de salida, las coronaciones de reinas y damas de las fiestas.
Una gran corte se constituye con niñas y jovencitas, ataviadas con trajes de faralaes, a las que se les consagra como representantes de la localidad. Imagino que, como alegoría de la juventud, la alegría y el optimismo que impregnan estos eventos. El acto suele ser rimbombante, otorgándole una gran preeminencia y distinción a las chicas que viven con entusiasmo su coronación y su elevación a los más altos pilares de las fiestas.
Como es de suponer, en la inmensa mayoría de los casos, las jóvenes, que normalmente se presentan voluntarias a tan gran significación, responden al arquetipo comúnmente consensuado como estéticamente correcto y deseable, así que son guapas y armoniosas. Rara vez se cuelan entre la corte de damiselas alguna gorda, fea, con alguna discapacidad… Es decir, que representan a la juventud idealizada según el canon que mandan las normas de belleza de la publicidad y los anuncios de la tele. Vamos, lo que viene siendo la mujer como objeto, jarrón o aderezo.
En las bases para ser elegida Bolera Especial Entremares, por poner un ejemplo, se especifica que la candidata debe tener estilo a la hora de desenvolverse en la pasarela, conocimiento de las costumbres, así como comportamiento y expresión. Total, que se trata de elegir a una muchacha, sin más criterio que sea guapa y que no sea una mema. ¡Esa España cañí de la Sección Femenina!
Ciertamente, en algunas localidades se empieza a elegir también a chicos varones, en calidad de damos, acompañantes, caballeros… O sea, que lejos de promover la eliminación de este elenco de beldades, sin más criterio que un machismo de libro, se está entendiendo que, para ser más justos, lo que hay que hacer es ampliarlo también a los chavales y someterlos a idéntica discriminación y exhibición.
La tradición, argumentan sus defensores. Como si no fuese posible echar una mirada crítica a lo que heredamos y estuviéramos condenados a perpetuarnos y seguir eternamente tirando cabras desde los campanarios. ¡Bueno, o soltando toros por las calles! En fin, venimos de un país en el que hasta no hace mucho no había derechos humanos, mucho menos animales y, desde luego, ni siquiera se le había puesto nombre al patriarcado. Esa sí que es una herencia.
Total, que se trata de elegir a una muchacha, sin más criterio que sea guapa y que no sea una mema