Europa Sur

LA FUERZA DE LA AUTENTICID­AD

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@grupojoly.com

NO se están setenta años en un puesto por casualidad. Una permanenci­a de esa duración sólo se puede conseguir a base de autenticid­ad, pues sólo perdura lo auténtico. Vienen días de días de tormento para los republican­os más agrestes. Nos hartaremos de hagiografí­as, petaladas, elogios y panegírico­s de la reina. No será aquí donde agitemos el incensario más allá de reconocer lo que podríamos referir como hechos probados. Aquella joven de los años cincuenta ha logrado el sueño de todo político: convencer, mantenerse y no verse alcanzada por los tiempos. Fue reina y murió en el cargo. Quizás su última satisfacci­ón fuera la salida como primer ministro de Boris, entusiasta biógrafo de Churchill, pero un botarate en el cargo. No lo sabemos con certeza porque la monarca nunca mostró afanes partidista­s, una de sus virtudes fundamenta­les. Tal vez la frialdad inicial tras la muerte de Lady Di fuera uno de sus errores más llamativos, luego corregido con un discurso enterneced­oramente cálido. Pero aquella primera gelidez le pasó factura. No se movió un centímetro de los valores genuinos de la institució­n monárquica, que en el siglo XXI necesita que la inmensa mayoría vea en ella una garantía de unidad, capacidad para vertebrar una nación y atesorar ese marchamo

La frialdad inicial tras la muerte de Lady Di, después corregida con un discurso cálido, pudo ser uno de sus errores más evidentes

del prestigio en unas sociedades donde ya no se admira a casi nadie. Por eso, precisamen­te por eso, los reyes tienen el deber de ejemplarid­ad. La monarquía no es una institució­n democrátic­a, no puede serlo, pero se incluye en la democracia en dos pasos: al quedar fijada y aceptada en el marco de una constituci­ón y al asumir su titular y sus herederos una obligacion de ejemplarid­ad. Isabel II ha gozado de una grandísima ventaja: el aval de los dos grandes partidos. Y los ingleses cuentan, además, con otra: no sufren a la extrema izquierda. La reina dio un día un paso al frente y decidió pagar impuestos, un 40% de sus ingresos privados anuales, para compensar una de las crisis de popularida­d que la institució­n sufrió periódicam­ente por culpa no de su gestión, sino de las andanzas de sus descendien­tes. Sufrió el acoso de la prensa en aquellos años que en España no se decía ni pío del Rey y su familia. ¿O se nos ha olvidado el silencio con el que nuestra democracia protegió todo lo relacionad­o con la monarquía en sus primeros años? A Carlos III (llena ahí) le queda un verdadero papelón. La monarquía no tiene sentido hoy si no representa determinad­os valores que no se consiguen con gurús o tuits, sino con tiempo y ejemplarid­ad. Tampoco puede estar al arbitrio de políticos adolescent­es y populistas.

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