Europa Sur

Madre no hay más que una

● La celebració­n del Día Nacional más ansiado para los gibraltare­ños tendrá que esperar otro año por el fallecimie­nto de Isabel II

- Miguel Flores

El Peñón de Gibraltar amaneció este viernes con todas las banderas a media asta. Los ornamentos blancos y rojos que decoraban la ciudad a propósito del próximo Día Nacional también cedieron ante el luto pese al entusiasmo de una población que llevaba ya dos años sin festejar su día grande. La causa es fuerza mayor: el fallecimie­nto de la única reina que muchos gibraltare­ños han conocido. Sin embargo, y a pesar de la cancelació­n de las celebracio­nes oficiales, se pronostica que la gente seguirá determinad­a a echarse a las calles el sábado.

Los actos por la muerte de Isabel II comenzaron a las 8:45 en el Convento, residencia del gobernador de Gibraltar. Tan foráneo era el protocolo para algunos, que los guardias que custodian el lugar aprovechar­on el cambio de las 9:00 para colocarse mutuamente el crespón que habían olvidado incluir en sus uniformes. El evento principal consistió en la apertura de la sede del gobernador para la firma de un libro de condolenci­as, primero por un reducido grupo de personalid­ades políticas de la colonia, y más tarde para aquellos ciudadanos que quisieran dejar constancia de su duelo por el deceso de la reina.

El primero en firmar fue Bob Neill, presidente de la Comisión de Justicia del Parlamento británico, que se encontraba casualment­e en Gibraltar. Estaban también presentes el gobernador del territorio, David Steel, y su ministro principal, Fabián Picardo, que recibió la noticia mientras celebraba en Londres una serie de reuniones previas a la próxima ronda formal de negociacio­nes sobre el Brexit entre el Reino Unido y la UE a finales de este mes. Seguidamen­te, la Gibraltar Broadcasti­ng Company tuvo acceso a entrevista­s a puerta cerrada con esta primera tanda de firmantes. Mientras tanto, a la entrada del Convento aguardaban los primeros gibraltare­ños que, af ligidos, pudieron dejar su huella en el libro de condolenci­as a partir de las 9:30.

Entre los primeros firmantes figuraba Johnny Walker, un personaje local. Tras entrar en escena en un coche tuneado de espíritu británico, Walker ha sacado del maletero dos banderas, una gibraltare­ña y una Union Jack, que ha ido ondeando con orgullo en su desfile hasta la fila. “Esta es mi familia. Voté salir de la UE, mi pueblo es la Union Jack”, dijo con orgullo, para luego confesar que no había dormido en toda la noche. “La reina era mi madre: nací el año que ella subió al trono. Se me ha muerto una madre. Pero ya lo vi venir en la foto del nombramien­to de Liz Truss. Se le veía que tenía la mano negra, y eso me hizo pensar que le quedaba poco”, comenta como un hijo que conoce bien a quien le dio la vida.

Del ya rey Carlos III, Walker opina que va a ser un buen monarca. “Su madre le ha estado enseñando el camino todo el rato”, explica. Renuka, dos posiciones atrás en la cola para entrar en el Convento, está de acuerdo en que Carlos está preparado para realizar un buen trabajo, también. “Pero Elizabeth es Elizabeth”, dice, “y, aunque supiéramos que no era posible, todos esperábamo­s que de algún modo siguiera viviendo”.

Sentadas en una terraza de la Convent Place, otras vecinas deciden observar el vaivén de gente alejadas del bullicio. En una mesa, tres mujeres judías recuerdan con agrado a la recién fallecida, hasta que una de ellas irrumpe: “Aunque dijeron que fue ella la que mató a Lady Di”. “¡Qué dices! Eso fueron Charles y Camilla. Yo no creo que la reina tuviera esa maldad”, replica airada la otra. “Ni el hijo esa inteligenc­ia. La que mandaba ahí era la madre”, contrarrep­lica la primera con sorna.

En la mesa contigua se sientan Sheridon y María. La segunda es abogada y ha decidido no abrir su bufete: “Hoy he cerrado por respeto. Digo, voy a cerrar”. Su acompañant­e decide intervenir en la conversaci­ón de al lado: “Fuera el Secret Service o quien fuera, alguien dio la orden. Y digo yo que sería la reina, no va a hacerlo James Bond con los cojones”, sentencia pronuncian­do el nombre del personaje de ficción con acento de Westminste­r y el de las gónadas masculinas con perfecta guasa gaditana.

“De todas maneras, ayer pusieron el God Save the Queen en Sky

News y se me saltaron las lágrimas, y eso que no me viste el año pasado cuando el duque de Edimburgo. Ahí sí que no tenía consuelo. Mi niño diciéndome: “¡Mummy, don’t cry! ¡Mummy, don’t cry!”. Por quien Sheridon no lloraría es por la recién estrenada reina consorte: “La Camilla estaría ayer frotándose las manos”, conjetura.

Hojeamos mi Gibraltar Chronicle. “Hoy va Carlitos a Londres con la guapa, ¿no? Mira a ver qué pone ahí”. Leemos que, después de un tour por los parlamento­s de Escocia, Gales e Irlanda del Norte, llegarían a Buckingham. “Pues esta no va a ser mi reina”, insiste. Y pronuncia, a pesar de todo: “Mi reina es la que se acaba de morir. Se pongan como se pongan”. Como los huérfanos (así se escucha a algunos autodenomi­narse), los gibraltare­ños, en tanto que británicos, se niegan a reemplazar a Isabel II. A fin de cuentas, madre parece que no hay más que una.

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JORGE DEL ÁGUILA Una publicació­n gibraltare­ña, en la barra de un bar cerca de Convent Place.
 ?? JORGE DEL ÁGUILA ?? La cola de ciudadanos ante Convent Place.
JORGE DEL ÁGUILA La cola de ciudadanos ante Convent Place.
 ?? JORGE DEL ÁGUILA ?? El ministro principal de Gibraltar, Fabián Picardo, se abraza a Johnny Walker.
JORGE DEL ÁGUILA El ministro principal de Gibraltar, Fabián Picardo, se abraza a Johnny Walker.

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