Europa Sur

FETICHISMO WINDSOR

- TACHO RUFINO

SEGÚN la RAE, fetichismo es una “figura a la que se atribuye el poder de gobernar una parte de las cosas o de las personas, y a la que se adora y se rinde culto”. El fetiche es el caso de tomar la parte por el todo, el rábano por las hojas, el pie por el cuerpo todo. Un afecto que nada tiene que ver con la racionalid­ad, sino más bien con las pulsiones subterráne­as; con la irracional­idad que tanto nos mueve, a la postre. En estos días británicam­ente luctuosos por la muerte de la longeva reina Isabel II, muchos españoles y españolas –el doble género es aquí pertinente– se han rendido a la figura de esta mujer (que no es cualquier mujer, e incluso trasciende a su condición de mujer: es un símbolo de un país, y uno que no es cualquiera). En todo este arrobo y admiración repentinos, no hay poco de novelería, e incluso de olvido: históricam­ente, España ha sido un enemigo o un rival para Inglaterra –por denominar en corto al previo imperio contemporá­neo, USA, su hija–. Nosotros la llamamos la

Pérfida Albión, y, de vuelta, el proverbial sarcasmo inglés hizo que la f lota de Felipe II que pretendió a finales del XVI, calamitosa­mente, invadir las Islas fuera denominada por ellos Invencible, con gran maldad y guasa.

En estos días, la protagonis­ta de The Crown ha recibido loas y entregas de corazones, también en este país nuestro: la serie es monumental, no es moco de pavo, y es un gran activo propagandí­stico británico. Nada que nos deba extrañar: el Reino Unido ha sido el gran imperio comercial desde que la religiosa España le cedió el lugar central del mundo, ante un irreversib­le cambio estructura­l planetario como fue la Revolución Industrial, su Revolución Industrial, a la que nuestras guerras decadentes cedieron el testigo para siempre, en una Castilla –y ya España– que tenía todas las papeletas para estar descontada, decadente, entrañable perdedora. Cabe traer a colación el desapego español por lo propio. Por un Rey de primer orden –de orden institucio­nal—como Felipe VI. Prefiero por arriba, por abajo, y hasta vuelto de espaldas, a una figura representa­tiva –eso es, y no es poco– como Felipe, antes que a un Aznar, Zapatero o cualquier otro dinosaurio descontado que pudiera ser presidente de la República. Por una mera razón práctica: evitar elecciones ridículas, asistir al enésimo conchaveo e intercambi­o de estampitas partidista, cada cuatro años: pa na.

No sé si aprenderem­os a cultivar nuestros propios fetiches, los reyes que son la parte necesaria de un todo revuelto y por ordenar; puras figuras, mas de mayor importanci­a. Ninguna esperanza me cabe, dicho sea, para terminar.

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@Tachorufin­o

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