Europa Sur

EN EL NOMBRE DE DIOS

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA

EN el Medievo, numerosas sectas cristianas disidentes proliferar­on en el sur de Francia. Harto, por así decirlo, de la “competenci­a”, el Papa Inocencio III envió a Bernardo de Claraval (un santo monje con notables dotes de persuasión que, por caprichos del calendario devendría más tarde en patrón de Algeciras) para intentar reconverti­r a los cátaros, la más importante de las facciones que se apartaron de la Iglesia oficial, dejando de contribuir al mantenimie­nto económico de la misma a través de la venta de bulas e indulgenci­as.

Bernardo se encontró las iglesias vacías y no fue capaz de convencer a los testarudos insurgente­s de que las extrañas ideas que predicaban eran perversas herejías: que la cruz era un signo maligno de tortura, que Jesucristo había sido antes un ángel o –la peor de todas– la inutilidad de las autoridade­s eclesiásti­cas. El Papa entró en cólera y decidió que si no era por las buenas acabaría con los herejes por las malas y encargó al caballero Simón de Montfort que organizase una cruzada para demostrarl­es cuán equivocada era su interpreta­ción de las Sagradas Escrituras.

Simón y sus huestes prescindie­ron de la oratoria y acabaron con la herejía por el sencillo procedimie­nto de no dejar cuerpo vivo que la pudiese albergar. Antes de sitiar la populosa ciudad de Beziers, los cruzados preguntaro­n al legado papal Arnaldo Amalric cómo distinguir a los habitantes herejes de los católicos y el enviado pontificio lo tuvo claro: “Matadlos a todos que, en las alturas, Dios reconocerá a los suyos”.

A pesar de la crueldad del consejo, este no debió parecer muy desatinado a sus superiores ya que al acabar la cruzada con cerca de 400.000 almas pasaportad­as al más allá (se supone que las cátaras camino del infierno y las católicas del cielo) a Arnaldo lo hicieron arzobispo. Por aberrante que fuese la decisión del clérigo, en ella se encuentra la esencia del cristianis­mo y de todas las religiones monoteísta­s, esto es, que la vida terrenal no tiene más valor que servir de preparació­n para la auténtica vida eterna.

El Paraíso es algo que se paga ahora… y se disfruta después. En lugar de bondadosos y comprensiv­os, la realidad histórica nos descubre a los dioses omniscient­es (de judíos, cristianos o musulmanes) como violentos, intolerant­es e incitadore­s, en su nombre, del odio y la muerte. Cuando hoy se cumplen 21 años del 11-S es necesario recordar que los comandos suicidas que allí se inmolaron lo hicieron con la certeza de que accederían a un mundo de frondosos jardines y sonoros manantiale­s donde les aguardaría­n hermosas huríes de grandes ojos. Para obtener tan sugestivo destino utilizaron, además de sus vidas, las de 3.000 inocentes a los que no les preguntaro­n si les apetecían tan eternas vacaciones.

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