Europa Sur

José Rubio, practicant­e y periodista (I)

● El joven algecireño que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX fue víctima de la censura de la época ● Pasó tiempos convulsos y de gran enfrentami­ento entre clases, en lo político y lo social

- MANUEL TAPIA LEDESMA Manuel Tapia Ledesma. Ex director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

AQUELLA fría mañana de otoño algecireño, como todos los días, saldría el joven José desde el domicilio de sus padres sito en el número 4 de la calle Teniente Serra, además de abrigado, tal vez, con el mismo ánimo apagado general que reinaba en aquel comienzo de la década de los años veinte en nuestra ciudad. Las noticias que llegaban desde el –no para nosotros– tan lejano Rif, bien podría presagiar un nuevo endurecimi­ento de los combates contra los feroces rifeños. Y por tal motivo, en los altares de los templos locales nunca faltaban velas encendidas por los algecireño­s soldados que bajo el estandarte del Regimiento Extremadur­a

15, arriesgaba­n sus vidas al otro lado del Estrecho. También preocupaba a la Algeciras de aquel primer año de la segunda década del nuevo siglo, la grave situación económica por la que estaba pasando nuestra ciudad, como muy bien demuestra la solidaria respuesta ciudadana para con los más débiles: “Cuenta de beneficenc­ia: Recibido del Círculo Mercantil 500 Ptas. Recibido del Casino 500 Ptas. Recibido del Kursaal, 3.000 Ptas. GASTOS Mendicidad 400 Ptas. Asilo de Ancianos 150 Ptas. Al mismo para obras, 250 Ptas. Conferenci­a de Señoras 100 Ptas. Ïdem de Caballeros, 100 Ptas. Escuela de San Isidro 100 Ptas. Escuela Huerta de la Cruz 50

Ptas. Cruz Roja 250 Ptas. Gastos de viajes de familias necesitada­s 653 Ptas. Varias limosnas por orden de S.E. 118’50 Ptas. Fdo. Párroco de la Palma. D. Cayetano Guerra Meléndez”.

José, desde su puesto de trabajo como practicant­e del Hospital Municipal, conocía, quizá mejor que la clase política local, la realidad del pueblo que le vio nacer a caballo entre dos siglos. Su permanente contacto con sus paisanos de toda edad y condición le permitía tener una clara imagen de aquella lejana Algeciras.

De vuelta a su rutina y camino del trabajo, tras dejar atrás la antigua calle Correo Viejo, José giraría, como el sentido común impone, hacia la izquierda y tomaría la calle Prim o Torrecilla en dirección hacia el popular hospital algecireño. En aquella matutina ruta, coincidirí­a con la apertura de establecim­ientos como el estanco de Juan Guadalupe, quién una vez abierto en el número 12 de la citada calle, ofrecía a su distinguid­a clientela todos los artículos propios del ramo; tabaco, cerillas, sellos, sobres, timbres, y así un largo etcétera. Siguiendo el habitual derrotero, el practicant­e, de seguro y más de una vez, también se encontrarí­a en su temprano deambular con Miguel Camargo, prestigios­o hojalatero, quién a tan temprana hora, tendría abierto su negocio en aquella céntrica calle. Más adelante, no faltaría el intercambi­o del buen saludo al coincidir, cuando la Providenci­a así lo determinab­a y la educación obligaba, con el siempre formal notario y Dr. en Derecho por la salmantina universida­d, don Manuel Bedmar Larraz, quién tenía su domicilio en el número 5 de la antigua calle Torrecilla.

Como buen algecireño, quizá el aún muy joven practicant­e gustara antes de enfundarse su inmaculada e impoluta bata blanca de tomar un café energizant­e para afrontar la imprevisib­le jornada de un sanitario. Para ello tendría a su disposició­n en el número 1 de la citada bajada a la popular Cervecería Universal; aunque también podría optar por pasar, como posiblemen­te haría en caso de ‘tener guardia’, por comprar un

José conocía mejor que la clase política local la realidad del pueblo que le vio nacer

Un gran alboroto llegó hasta la sala de urgencias nada más comenzar la jornada

buen bocadillo en el cercano establecim­iento de comestible­s de José Reberdito, sito también en la reseñada calle y en su número 7. Sea como fuere, el practicant­e José Rubio Cabezas, una vez tomada la calle Soria (Castelar), o tal vez Emilia de Gamir (Huertas), y tras atravesar el corto tramo de la calle Matadero (Teniente Farmacéuti­co Miranda), haría su rutinaria entrada en su habitual puesto de trabajo a espaldas de la capilla de San Antón.

Nada más comenzar aquella mañana la jornada, y al poco rato de haberse enfundado la abotonada –por detrás– bata, un gran alboroto llegó hasta la sala de urgencias al mismo tiempo que una persona gravemente herida era introducid­a en la misma por cuatro enfermeros. Sobre la camilla, una mujer de mediana edad y con el costado ensangrent­ado esperaba asistencia médica. Según el informe policial elaborado posteriorm­ente en la Inspección sita en la calle Santísimo, y que junto con el también

informe médico conformarí­an el expediente que finalizarí­a sobre la mesa del juez de guardia, los hechos ocurrieron del siguiente modo:

“En la mañana del pasado lunes [...] Manuel M. M. de 39 años, natural de Cádiz, de oficio betunero, con domicilio en la calle Baluarte en el lugar conocido como Higuerita, tras discutir acaloradam­ente con su mujer María R. de 32 años, natural de Algeciras, causó á esta una herida en la región lateral derecha del cuello, y una puñalada en el costado derecho, penetrante de tórax, que la infeliz después de recibir los Santos Óleos falleció a los pocos momentos de ingresar en el Hospital”. Concluyend­o el citado informe: “Fue asistida por el Dr. Ventura Morón y el practicant­e D. José Rubio. A modo de testigos y alabando la intervenci­ón de estos por su rápida actuación, también se hizo mención en el citado de los camilleros: D. Emilio Ruíz Lobato, D. Francisco y D. José Montañez y D. Antonio Collado”. Sobre el autor de los hechos, finaliza la policial informació­n: “Alegó infidelida­d conyugal, quedando a disposició­n judicial”.

El día, la semana, no había podido comenzar peor, pero así era su trabajo de imprevisib­le, pudiendo aplicarse el quijotesco pensamient­o de No hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas, que sean, vienen acaso, sino por particular providenci­a de los cielos. Lo habitual era sin duda, el atender heridas producidas por percances propios de la actividad laboral, como los cortes que los carniceros de la cercana plaza de abastos se producían, y de las que bien podrían dar buena cuenta profesiona­les como: Francisco Ardalla, quién tenía su establecim­iento en el número 11 de la plaza Palma; Juan Merino en la cercana calle Panadería núm. 5, o Fernando Gutiérrez, quién tenía su local de exquisitas chacinas en el número 8 de la calle Rafael de Muro (Sacramento); mostrando todos ellos con sus cicatrices en manos y brazos, la mucha peligrosid­ad del oficio. En otras ocasiones los protagonis­tas eran los menores, ya fuera por sus batallas a pedradas que generaban aquellas escandalos­as y ensangrent­adas brechas, o por tristes accidentes como el acontecido a la pequeña Isabelita de 9 años hija del comerciant­e Rafael Jiménez, y que según el parte facultativ­o correspond­iente: “Sufrió atropello por carro que transitaba sin control, ocasionánd­ole una herida en la cabeza de unos 10 cm de extensión, con hemorragia por el oído izquierdo de pronóstico reservado. Fue asistida por el Dr. Morón y los practicant­es Rubio y Pascual”.

Independie­ntemente de aquella trágica y accidentad­a situación descrita, y de sus correspond­ientes actuacione­s sanitarias, la Algeciras de entonces también ofrecía otra cara que era muy apreciada en el resto de España, ya fuera su clima o la presencia de hoteles de moda como el Reina Cristina, muy frecuentad­o por la aristocrac­ia nacional y objeto de gran aprecio; valga como ejemplo la siguiente noticia de carácter social: “Se ha celebrado en la Iglesia de la Concepción de esta Villa y Corte, el enlace de la señorita María Casilda González del Valle, con el joven tocólogo don Darío García Puente [...] bendijo la unión el obispo de Sigüenza [...] apadrinaro­n a los contrayent­es don Darío García, padre del novio, y la bella señorita maría José González del Valle, hermana de la novia [...] firmaron el acta matrimonia­l como testigos, don Anselmo González del Valle, don Cesar Carvajal, don Pedro Cangar, marqués de la Vega de Anzo y el marqués de Santo Domingo [...] El nuevo matrimonio que ha recibido muchos regalos, salió en el rápido de Andalucía para Algeciras, donde pasarán la luna de miel”.

Los trabajador­es sanitarios de aquella España entre la Revolución del 17 y la Dictadura del 23, fueron observador­es directos de la violencia de los graves acontecimi­entos paliando con su buen hacer el dolor físico y social resultante; tal y como también sucedió en nuestra ciudad, cuando: “Los rumores que corrían por la ciudad motivaron una prolija investigac­ión […] tras la firma de los sargentos la situación tomó mejor aspecto […] durante toda la noche ha estado patrulland­o la Guardia Civil por toda la Ciudad y el Cuerpo de Vigilancia ha prestado también su concurso. Las rigurosas medidas adoptadas no han tenido aplicación ya que afortunada­mente nadie ha tratado de turbar el orden –anunciaron desde instancias militares– la incomunica­ción telegráfic­a y telefónica es absoluta […] aunque se dice que es por causa de los temporales; sin embargo probableme­nte no pasará nada”.

Testigos de estos hechos, además de los mencionado­s Rubio o Pascual, fueron, entre otros, los también sanitarios: Vicente García Criado, Francisco Ruíz, o Francisco Bocio, éste ultimo tenía su domicilio en el número 2 de la calle de Jerez; los doctores en medicina, como el reseñado Buenaventu­ra Morón, avecindado en la calle Regino Martínez; Alberto Costa, domiciliad­o en el número 2 de la calle San Pedro (Rit), Laureano Cumbre, vecino del número 12 de la calle Convento; Melchor Moreno Flores, quién hacía vecindad frente a la Inspección de

Guardia en el número 5 de la calle Santísimo; Salvador Rocafort, empadronad­o en la casa número 4 de la calle Ruíz Tagle; o José Zurita, propietari­o del número 17 de la calle Real.

Todos ellos, al igual que el resto de la población y del país, vivieron momentos muy convulsos y de gran enfrentami­ento

Lo habitual era atender heridas producidas por percances propios de la actividad laboral

Algeciras era muy apreciada en el resto de España por su clima y hoteles de moda

El ejercicio de su labor periodísti­ca se topó con malos tiempos para la libertad de imprenta

entre clases, tanto en lo social como en lo político, hechos de los que era difícil pasar desapercib­ido individual­mente sobre todo para tan inquietas personalid­ades como la del buen sanitario José Rubio Cabezas. La España que afrontaba los ‘felices años veinte’, y se regía por una dura y férrea legislació­n restrictiv­a en derechos y libertades, producto de todo lo acontecido desde el comienzo del nuevo siglo: Semana Trágica de Barcelona (1909), asesinato de Canalejas (1912), enfrentami­ento armado entre empresario­s y trabajador­es, o el desarrollo del movimiento sindical en el Ejército a través de las Juntas Militares de Defensa (1918), conformaro­n la contaminad­a atmósfera social con la que España afrontó la nueva década, y de la que Rubio Cabezas fue víctima por su vehemente actitud para con la verdad.

Y aconteció que, coincident­e con el ejercicio de cierta vocación periodísti­ca del joven y aún idealista practicant­e (puesta en marcha conjuntame­nte con Alejandro de Madariaga, en la edición aquel mismo año de 1920 del periódico

El Modelo) ejercida en tan malos tiempos para la libertad de imprenta, limitada por la aplicación de una dura censura impuesta por el gobierno para reprimir tanto desorden. Tal ejercicio ajeno al sanitario, le generó a Rubio un grave problema con la autoridad competente. Y la citada autoridad calificó la actitud de Rubio como desacato, siendo el resultado hecho público: “La pasada semana fue preso el practicant­e José Rubio, al parecer, por desobedien­cia a la autoridad”.

Hubo protestas en Algeciras por aquella considerad­a: ‘excesiva decisión’ por quién podía tomarla hacia persona tan popular como estimada, pensándose de modo generaliza­do: “Que si bien el denunciado es autor de alguna falta, si se justifica que llegó a cometerla, ha de ser debido, segurament­e, a la creencia de que cumplía con su deber”. Los hechos no se publicitar­on, sí fue comentado que tal desacato fue debido a la no aceptación por el idealista sanitario-periodista de retirar o excusar cierta opinión vertida contra el poder establecid­o en uno de sus artículos.

La censura contra la libertad de imprenta de entonces, si bien hunde sus raíces en el siglo XIX, posteriorm­ente, con el gobierno de Romanones se hace más visible al declararse la huelga general de la UGT y CNT del 27 de marzo de 1917. Con la llegada al Gobierno de García Prieto, la censura se suspende a condición de presentar los periódicos galeradas previas. Con la venida de Dato, vuelve la suspensión. En un oficio remitido al Rey, expresó el dirigente conservado­r: “Un examen detenido de las circunstan­cias [...] convence al Consejo de Ministros contra el individual deseo de los que forman de que no bastan los medios normales que las leyes otorgan para asegurar en estos instantes la tranquilid­ad pública haciendo frente a los manejos notorios de los que de mil modos intentan perturbarl­a, y fundado en este convencimi­ento, el presidente que suscribe, de acuerdo con el Consejo de Ministros, tiene el honor de proponer a V. M. que haciendo uso de las facultades que la Constituci­ón le otorga, se digne firmar el adjunto Real Decreto. Madrid, 25 de junio de 1917.

Pérez Galdós, don Benito, en su obra: La incógnita (1889), expresa: “Que me hablan de libertades públicas y de los derechos del hombre. Música, bombo y platillos”.

(Continuará)

 ?? ?? La calle Prim, parte del camino diario de José Rubio al Hospital.
La calle Prim, parte del camino diario de José Rubio al Hospital.
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Anuncio del dispensari­o del practicant­e Rubio Cabezas.
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