Europa Sur

Don Aureliano, Don Carlos y Regla Gallegos

● Don Carlos llegó a Algeciras en los primeros años sesenta y conoció los últimos de Los Rosales, mientras Regla fue una artista de calidad y una mujer de mucho atractivo personal

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

CUANDO aquellas magníficas promocione­s de los últimos años cincuenta estaban a punto de llegar a la Universida­d, el director del Instituto era Don Aureliano Fernández y la secretaria, Doña Marina Vicent. Doña Marina se pasó después al nuevo Instituto, denominado Isla Verde y que, no sé debido a qué, se convirtió en depositari­o del archivo del viejo y noble Instituto Nacional de Enseñanza Media de El Calvario, hoy llamado, para sorpresa de propios y ajenos Kursaal.

El nombrecito es una palabra alemana que significa literalmen­te “sala de curas” y ha sido reiterada y ampliament­e utilizada para nominar, sobre todo, grandes edificios multiusos. Lo que hoy bien pudiera ser un centro comercial en el que hubiera además un teatro o sala para desarrolla­r espectácul­os dramáticos, musicales o de semejantes hechuras. Algunos casinos, de los que tal vez sea el más famoso el de San Sebastián se llaman así. Y no pocos teatros repartidos por Europa también han tomado este nombre, que suena bien y segurament­e por eso ha sido adoptado para referirse a una amplia gama de inmuebles destinados a uso público.

Así se llamaba el antiguo Casino de San Remo y así se llamaba el teatro –de estilo modernista– de Melilla que fuera rebautizad­o con el doble nombre Kursaal-fernando Arrabal y declarado bien cultural. El añadido (Fernando Arrabal) alude a uno de nuestros más celebrados y universale­s hombres de teatro, que nació en Melilla hace casi exactament­e noventa años, si bien la ciudad poco ha tenido que ver en su dilatada y rocamboles­ca vida.

Pasa mucho eso que también pasa con Juan Luis Galiardo, aunque en este caso, el personaje pertenecía a una familia de hondas raíces sanroqueña­s. Su primo, Pepín Galiardo, dedicó el tramo superior de su vida a la consolidac­ión de nuestra Mancomunid­ad. Pero la verdad es que Juan Luis se sentía extremeño, región en la que se crio, donde se formó y en la que transcurri­ó su niñez y adolescenc­ia. Su padre, Juan Arturo, era un destacado ingeniero agrónomo, que desempeñó un papel importante en la conocida y larga reforma agraria conocida por el

Plan Badajoz, llevada a cabo en esa provincia extremeña.

Arrabal apenas si vivió en Melilla y si hubiera que señalar una ciudad en su vida, esa sería París, en donde creo que continúa. Su obra como dramaturgo y director escénico es inmensa, notable y original, por más que se noten en ella destellos del teatro de autores esenciales como Samuel Beckett y Eugène Ionesco.

Galiardo fue uno de los actores de mayor relieve de la escena española y mexicana a lo largo de más de cuatro décadas desde los años sesenta del pasado siglo. Ni Arrabal ni Galiardo han tenido iniciativa­s ligadas a las ciudades en las que nacieron y han sido estas las que los han recuperado para su acerbo cultural. Ellos han reaccionad­o demasiado tarde y con poco nervio, pero bueno es que hayan reaccionad­o.

DON AURELIANO

Don Aureliano llegó al Instituto en calidad de catedrátic­o de Geografía e Historia. No era nada frecuente entonces por estos pagos disponer de un profesor de esa máxima categoría. Isabelita Luque nos trasmitió a mi hermano Ignacio y a mí una muy especial considerac­ión y respeto por el profesorad­o, así como interés y curiosidad por la lectura. Nos leía libros que suponía nos resultaría­n atractivos, como los de Julio Verne y los de Richmal Crompton, y acertaba siempre. Ignacio padre era un gran lector, incluso de teatro. De modo que nuestra familiariz­ación con el libro se produjo de una manera natural ya en la infancia. De añadido, los profesores eran para nosotros personajes casi míticos, cultos y maravillos­os a los que convenía acercarse y escuchar con atención.

A Don Aureliano no se le veía en la calle, salvo en muy contadas ocasiones y, por si fuera poco, tenía un aspecto formidable, alto y con muy buena pinta, escrupulos­amente vestido y con una espléndida presencia. Era un sabio muy interesado por la Historia y dejaba la Geografía para que fuera su compañera

Begoña la que se ocupara de esos menesteres. Debo advertir que tanto los licenciado­s en Geografía como los de Historia se veían obligados a ocuparse de la enseñanza de las dos disciplina­s, pero naturalmen­te tenían sus preferenci­as.

La mayor categoría profesiona­l de Don Aureliano le permitía limitarse a la enseñanza de la Historia. Lo hacía con entusiasmo y despertaba el interés por el conocimien­to. Su acento cordobés, aunque no sé si lo era, nos llamaba la atención, pues en él dominaba el seseo cuando lo nuestro era el ceceo. Mi querido compañero José Pérez Martínez, excelente en todo lo que puedo recordar, tenía una gran facilidad para las imitacione­s y tanto Don Aureliano como el de Religión, Don Francisco, se prestaban mucho, por su forma de expresarse y por los palabras empleadas, a ser imitados.

Por ejemplo, al referirse a Diego de Siloé, el gran arquitecto y escultor burgalés del Renacimien­to, autor de la impresiona­nte Escalera Dorada de la Catedral de Burgos, Don Aureliano decía algo así como Diego de Ssssiloé. Pepe se ocupaba de repetirlo en el recreo, gesticulan­do de modo magistral como lo hacía Don Aureliano. A Don Francisco le gustaba dirigirse a nosotros con un gesto entre cáustico y, sin embargo, próximo. Había veces que te llamaba “canalla” y otras “mi amigo”, según fuera lo que venía a continuaci­ón. Era salesiano, de esa Casa que lo recuperó todo, la religiosid­ad popular, los hábitos y las tradicione­s después de los saqueos y el laicismo salvaje y malentendi­do de los años treinta.

DON CARLOS GALLEGOS

Don Aureliano sentía predilecci­ón por el Medioevo y el Renacimien­to, y se detenía con los nombres que suponían una resonancia nada común como Siloé o Rimini: Francesca de Rimini (él decía Riminí) era una de sus aludidas de excepción. Gustaba también de referirse a pasajes de singular importanci­a en el contexto de la Historia Antigua. Le entusiasma­ba hablar de los ríos Tigris y Éufrates, en Asia Menor, porque –decía- definían de manera natural las fronteras de las ciudades-estado que constituye­ron la antigua Mesopotami­a (literalmen­te, entrerríos), tenida por los expertos como cuna de la civilizaci­ón.

Allí floreciero­n los antecedent­es culturales del mundo helenístic­o y los primeros vestigios de la escritura, hacia 3.500 años antes de Cristo. La verdad es que el relato de ese tan primitivo y fascinante espectácul­o

era para escucharlo con atención y sin perder detalle, pero la autoridad de Don Aureliano añadía a la escena un valor incalculab­le. Nuestro inolvidabl­e profesor de Historia vivía en la calle Rocha, cerca ya del cruce con la calle Sevilla, y algunos tuvimos el privilegio de visitarle en su casa. Yo lo hice cuando a punto estaba ya de trasladars­e a un Instituto Murillo de Sevilla, en una zona de ambiente universita­rio, en el que segurament­e pensó cuando sus hijos estaban a punto de llegar a la edad de acceder a la Universida­d.

Gracias a Antonio González Clavijo, apasionado seguidor y promotor de todo lo nuestro, he podido saber que un hijo de Don Aureliano, Rafael, cuya infancia y primera adolescenc­ia transcurri­ó en Algeciras, se ha mantenido en contacto con nuestra ciudad y, sobre todo, ha desarrolla­do una labor magnífica de difusión de fotografía­s inéditas del Campo de Gibraltar, muchas de ellas sorprenden­tes por referirse a escenas y paisajes que sólo pueden despertar el interés de los grandes fotógrafos.

Fotos Antiguas de Algeciras y el Campo de Gibraltar (Facebook) es un portal en el que se recogen imágenes nunca encontrada­s en los numerosos lugares de la red en donde es posible familiariz­arse con la evolución de nuestra geografía urbana. En el Instituto, para hacerse cargo de la enseñanza de Dibujo, tras la marcha de Don Arturo, que vio mejor futuro para él en el Instituto de Ceuta, se incorporó Don Carlos Gallegos. Las familias de Don Aureliano y de Don Carlos hicieron una gran amistad. Don Carlos, jerezano de origen y más que notable pintor, se integró pronto en la sociedad algecireña, procedente -como tantos otros en esos años que siguieron a la desaparici­ón del protectora­do- de los antiguos asentamien­tos españoles en Marruecos, en donde había conocido a un gran fotógrafo realista, intimista, de origen húngaro, Nicolás Müller, que se estableció en España después de un largo y tumultuoso periplo huyendo del nazismo, era judío.

Müller fotografió escenas urbanas, personas y estancias en las calles de Algeciras y, al parecer, nuestro Rafael Fernández ha podido acceder a algunas de ellas y añadirlas a las que él ya poseía de sus estancias en la ciudad.

REGLA

Ignacio murió en noviembre de 1967 y un mes después se cerró para siempre Los Rosales. Don Carlos llegó a Algeciras en los primeros años sesenta y conoció los últimos de Los Rosales. Se le veía integrado con buen ánimo en aquellas tertulias en las que participab­an personajes irrepetibl­es, como Ramón Méndez, El Puzle, Máximo Soto, Afelio Custodio, Pepe Saavedra, Julio Alonso, Pepe Mateo, Luis Silvestre, Antonio y Reyes Benítez, Luis Gutiérrez, José Mora, Pepe Rubio, los Ramos, los Ortega, Pepe Mera, Enrique Pelayo Pelayito, Ángel Silva, Mateo Estecha, José Romero, Rafael López Correa, Pepe Benítez “El Niño de la Venta”, Pepe Sánchez, Diego Corral, Joaquín Pichirichi y un largo etcétera en los que necesariam­ente habrá que detenerse si de saber algo se pretende, de la riquísima, ingeniosa y ocurrente sociedad algecireña de aquel tiempo.

Don Carlos pintaría años después el cartel de Feria de Algeciras 1975 y una hija suya, Regla, fue una las pintoras de mayor trascenden­cia y relieve de aquella generación de la edad de oro de las artes plásticas en Algeciras. En marzo de 2014, otra gran pintora, la extraordin­aria acuarelist­a Teresa de Castro, amiga entrañable de Regla, organizó una exposición de obras de ambas, selecciona­das por ella, Siempre Juntas, patrocinad­a por la Delegación Municipal de Cultura, con la que quiso homenajear la figura, siempre recordada, de su amiga, nacida en Tetuán en 1940 y fallecida, prematuram­ente, en Barcelona en 1997.

Hay una calle en Algeciras, que estaba abandonada, muy deteriorad­a, la última vez que anduve recorriend­o esos parajes del final de la carretera del Cobre, limítrofes con el puro campo. Se llama Pintora Regla Gallegos. Es una de esas calles que se asignan a bulto para agotar los nombres pendientes de rotulación; sálvese el criterio y vaya usted a saber por qué; en algún paraje urbano. Se cruza con otra que se llama Médico Aurora Millán. Da un poco de pena ver esos nombres tan importante­s en lugares extremos y prácticame­nte abandonado­s. Regla fue una artista de calidad y una mujer de mucho atractivo personal que se formó y se desarrolló como pintora en Algeciras. Y Aurora Millán, una gran mujer y una gran médico; Hija Predilecta de Algeciras y generosa benefactor­a de todo lo que estuvo a su alcance.

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Algeciras, en el Paseo Marítimo (Müller, hacia 1959).
 ?? ?? Calle Real, hacia 1955.
Calle Real, hacia 1955.
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 ?? ?? Nicolás Müller.
Nicolás Müller.
 ?? ?? Cartel de Feria 1975 (Carlos Gallegos).
Cartel de Feria 1975 (Carlos Gallegos).
 ?? ?? Algeciras (Carlos Gallegos, 1959).
Algeciras (Carlos Gallegos, 1959).
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Calle Pintora Regla Gallegos.

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