Europa Sur

¿A CUÁNTO EL KILO?

- CARMEN CAMACHO

LA respuesta a la pregunta que hago en el titular y en el mercado provoca en mí reacciones que no acabo de controlar. El otro día en un conocido supermerca­do me entró una especie de risa incontenib­le ante una bolsa de cuatro kilos de naranjas, que estaba al módico precio de 7,56 euros. Por más cuentas que hago, el precio de las cosas no sale ahora un 10% mayor. Esa es la subida teórica. Mi monedero no engaña: buena parte de los productos básicos ha subido bastante más del 10%. Precios suizos para bolsillos de aquí.

Pedí permiso para hacer la foto: aceite ecológico de la Subbética, 100 mililitros, 7,25 euros. Traducido: 72,50 euros el litro. Nuevo ataque de risa. Era en un puesto normal, nada de

Obviamente, la única a la que vi adquirir el botecito era una turista extraviada. Mientras yo me froto los ojos, alguien se está frotando las manos. Pregunto en mi pueblo, allí conocen el precio del aceite en origen. Me confirman que la subida en origen no justifica ciertos precios en destino. Pregunto en varias tiendas del

Mi monedero no engaña: buena parte de los productos básicos ha subido bastante más del 10%

barrio qué está pasando, y me sacan la calculador­a y me van sumando aduanas, transporte­s, alquileres, seguros, neveras y sueldos pírricos del personal. Todo esto resulta insostenib­le. Tanto que el frutero de la esquina ya ha cerrado.

Frente a quienes se hacen cruces ante la idea de llegar a acuerdos para poner freno a los precios disparados de lo básico, a mí no me parece mala idea. Pero habría que saber a qué eslabón de la cadena hay que pedirle que no se embale. A los productore­s españoles y andaluces, desde luego que no. Menos aún en plena sequía. Tampoco podría repercutir en los empleados de ninguna parte del proceso. Por el contrario, quizá las grandes distribuid­oras y cadenas tengan mucho que hacer –o dejar de hacer– para que la cesta no se derrame más de lo que la están volcando las llamadas “circunstan­cias”. Sé cómo solivianta al neoliberal­ismo hablar de limitar los precios, mas el margen de ganancias no puede pasar por encima de las necesidade­s básicas. Ese ha de ser el límite. Ustedes que, como yo, pisan la calle, hacen la compra y miran por la dicha y la dignidad de los suyos, sienten el desasosieg­o de la vecina que, en los pasillos del súper, sostiene un largo rato en la mano, sin decidirse, una tarrina de queso y un paquete de jamón york. Es intolerabl­e volver a pedir a quienes jamás “han vivido por encima de sus posibilida­des” –qué desfachate­z de frasecita– que se sigan apretando los cinturones.

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