“En España se lee poco, pero se edita muy bien”
● El periodista publica ‘Toma de tierra’, un libro en el que repasa medio siglo de música y de vida ● El autor salva la literatura de la “baja fidelidad”
Escrito como un relato autobiográfico en tres tramos: periodístico, industrial y artístico, Toma de
tierra de Bruno Galindo relaciona los grandes acontecimientos y procesos sociales de las últimas décadas (de la Transición al Covid-19, del optimismo económico de la segunda mitad de los 90, al crack de Lehman Brothers, de la muerte de Elvis al 15-M, del boom gentrificador al #Metoo) con una larga lista de personajes vistos a corta distancia: Lou Reed, Patti Smith, Miles Davis, Radio Futura, Jarvis Cocker, Debbie Harry, David Bowie, R.E.M., Tom Waits, Bob Dylan, Joe Strummer, Oasis, Antonio Vega, Prince… Su editorial, Libros del KO, define Toma de tierra como “un contenedor de asombros, peripecias, intimidad y nostalgia. Una foto de época de medio siglo de música”. Aquí va una charla con el autor, que presenta hoy miércoles su obra en Salobreña.
–Un ministro de Cultura decía que el rock “cuanto más duro, mejor”. Y la reina va a ver a Los Planetas… de contracultura ya más bien poco ¿no?
–La contracultura no existe. Y si existe no es musical: está en la lucha por el medioambiente, en no comprarte cosas, en crear parentescos interesantes, en no volverte loco. Quizá contracultura también es una delegada de Cultura tuiteando que le encanta Yung Beef y este contestándole algo por lo que podrían meterle en la cárcel.
–Escribía el poeta cubano José Martí, que, a la vuelta de un viaje a Estados Unidos “había visitado el vientre del monstruo”. Usted pasó mucho tiempo en la megaindustria... ¡y también sobrevivió!
–A mí me tocó visitar su intestino, no sé si el delgado o el grueso. Pese a todo aquella megaindustria de la música en los 80 y 90 era más
Contracultura también es una delegada de Cultura tuiteando que le encanta Yung Beef”
Hay que señalar la falta de originalidad de tantos festivales. Se echa en falta algo de personalidad”
humana, divertida e improvisada que la actual. Había más libertad en aquellas esa industria musical
vintage que en estos algoritmos. Y todo aquello dio de comer a mucha más gente que lo de ahora. –¿Con secuelas?
–Con secuelas. Con siete u ocho trabajos a la vez, pero por aquí seguimos.
–Un director de una discográfica, dijo en una ocasión que en cuestión de un par de años habían pasado de hacer una convención en Cancún a otra en Chinchón… ¿El final estaba ya escrito?
–¿Estarían siguiendo un patrón fonético? Bueno, si aquello ocurrió a principios de los dos miles, el final lo estaban escribiendo, sí. Estaba cantado que las telecos iban a servirse de la música como simpático software gratuito, y que el poder iba a decir que adelante: recordemos que la zanahoria de internet era “¡descárgate 100 millones de canciones por solo 24,99 al mes!”. Muchas tramas y subtramas de esta historia ya estaban escritas. Bono, de U2, me dijo, en una borrachera en Dublín en 1996, que en veinte años la música grabada sería gratis y que se consumiría por vía telefónica. En realidad pasó un poco antes. –Usted que ha frecuentado a los artistas totémicos del último medio siglo ¿en ocasiones hay que separar la obra de un artista de su calidad humana?
–Yo creo que sí hay que hacerlo siempre que se pueda. Esto incluye, lateralmente, el esfuerzo por disfrutar de la obra de artistas santurrones, carentes de toda maldad.
–Cuando usted era joven soñaba con el mejor equipo HIFI… En el siglo XXI se consume (y tira) amputada y en ridículos altavocitos inalámbricos. ¿Podemos generalizar a otros órdenes de la vida? –La baja fidelidad está bastante extendida, sí. El cine ha salido igual de mal parado, pero los libros, en cambio, cada vez están mejor hechos. En España se lee poco, pero se edita muy bien.
–En Granada surgió con el Espárragorock (y con otro más desconocido pero muy significativo, el Rockconpilas de Salobreña) el concepto de festival en los términos contemporáneos tras aquellos de los 70 de Canet, Burgos, León, etc. Un boom que parece no tener límite, con asistencias brutales financiadas hasta por fondos de inversión. ¿Estamos festivaleando por encima de nuestras posibilidades?
–Una cosa es el exceso de festivales (que lo hay) y otra cosa es la burbuja (que creo que no la hay). Creo que el modelo de negocio da de sí porque la mayor parte de la gente no vive en grandes ciudades y celebra poder ver en un día o dos a un montón de bandas que le gustan. Bien por los festivales entonces, son las nuevas fiestas de pueblo, y eso no está mal. Lo que sí hay que señalar es la falta de originalidad de tantos festivales. Se echa en falta personalidad.