Westminster Hall, 2022
Resulta emocionante y aleccionador presenciar en directo (gracias a las nuevas tecnologías) el desfile constante de ciudadanos británicos despidiendo los restos mortales de la reina Isabel II, que reposan para siempre en el ataúd expuesto al público en Westminster Hall.
La cantidad de gente que acude es impresionante: de toda edad, clase, condición y procedencia geográfica (ah, la Commonwealth…!). Los medios dicen que son ya decenas de miles. La mayoría de ellos inclina la cabeza ante el féretro de roble cubierto con el estandarte real, algunos hasta amagan una reverencia con genuflexión; muchos se santiguan (muestra de religiosidad que confieso me agrada ver) ante el catafalco de la titulada como ‘Defensora de la Fe’; todos, en fin, se muestran muy respetuosos, avanzando lenta y ordenadamente, con emoción contenida, con flema británica.
Viéndolo de forma desapasionada, con el respeto que merece la ilustre anciana difunta, y sin entrar ahora en inoportunas controversias políticas, creo que esta muestra de reconocimiento a la reina británica a través del dolor popular no puede dejar indiferentes a personas con un mínimo de sensibilidad. A mí, este conmovedor espectáculo fúnebre concreto me invita a reflexionar y hacer (a vuela pluma) algunas valoraciones improvisadas. Por ejemplo: Primero, el pueblo británico amaba sinceramente a su longeva monarca, de reinado tan interesante y fecundo históricamente y de cronología tan extraordinariamente dilatada. Segundo, hay que reconocer que los ingleses son unos maestros espléndidos en el arte de organizar estos eventos ceremoniales, cortejos, desfiles y puestas en escenas pomposas, casi cinematográficas. Tercero, me temo que en nuestro país, a veces tan arisco, rencoroso y frívolo, sería difícil ver algo tan memorable, pero ojalá me equivoque. Y cuarto, la influencia de los medios de comunicación es poderosísima. Esto último es innegable. Sin las noticias reiterativas lanzadas a diario y la saturación emocional que las mismas han provocado no habría sido posible tanta unanimidad en la masiva adhesión popular e internacional. Al contrario: las han favorecido, encaminado, dirigido.
Pero, sin duda, vivimos momentos ciertamente históricos. En este caso, creo que sí lo son; al menos desde mi punto de vista personal y de historiador. Incluso diría que estamos ante un cambio de época, como asimismo revelan otros acontecimientos mundiales de forma incuestionable. Ya lo dijo un célebre novelista británico por boca de uno de sus fantásticos personajes: “The world changes, and all that once was strong now proves unsure”.
Y, en fin, Dios salve a la reina y que su alma descanse en paz. Fernando Mosig (Correo)