SEVA MI MEMORIA
LA singularidad de septiembre no consiste ni en el cambio de tiempo, ni en la prolongación de las noches, ni en el regreso a las clases. Septiembre se caracteriza por la recuperación de una soledad perdida, imposible durante las claridades y estridencias del verano. Las calles y plazas abarrotadas en agosto incluso bien entrada la madrugada se vacían cuando los campanarios apenas señalan las nueve.
Este año las vacaciones llegaron tarde, entrado septiembre. La imagen de la fachada del vetusto Hotel Guadiana reflejada en la desembocadura del río se rompía por los alfileres de la lluvia. Se trata del hotel más antiguo de los que se conservan en el Algarve. Cerró sus puertas por primera vez en 1987. No obstante, aprovechando la Expo de Sevilla, se reformó y volvió a la vida en 1992, para clausurarse de nuevo en 2007. Por aquel entonces, un cartel de “Vende-se” coronaba la elegante entrada de estilo Art Nouveau.
El hotel, construido en el primer cuarto del siglo XX con el fin de acoger a los comerciantes portugueses y extranjeros que pernoctaban en Vila Real de Santo António, ha vuelto a la vida recientemente. Me alegró comprobarlo desde la cubierta del barco que, cada día, une este pequeño municipio portugués con Ayamonte. Campino, se llama la embarcación.
Llevo montando en este ferry de bandera lusa –o bien en su homólogo español, el Virgen de los Milagros– desde que tengo consciencia, transbordador en una frontera líquida. A veces, es necesario que transcurra el tiempo, mucho tiempo, para distinguir los mejores momentos, los más plácidos y alegres. La perspectiva despierta emociones que la inmediatez anestesia.
Cuando inauguraron el Puente Internacional del Guadiana me negué a cogerlo. Cruzar en coche me parecía –y me sigue pareciendo– una ordinariez.
En 1919, el pintor Joaquín Sorolla recaló en Ayamonte con el objeto de plasmar la tradicional pesca del atún. Fue éste el último lienzo de un conjunto titulado
Visión de España, encargo de la Hispanic Society of America. El día de San Pedro, dio la última pincelada del cuadro y escribió la siguiente carta: “Ayer estuve nervioso, porque cuando vino el modelo, algo tarde, el sol daba ya en el agua, y me cegaba, y no podía saber cómo tenía el modelo la cara. Perdí el verdadero tono y empecé a tantear y cansarme, para que, al final, comprendiese que había perdido una tarde. Pero, ¡he aprovechado tantas en esta obra!”. Y no es de extrañar: en Ayamonte, cada atardecer, vale su peso en oro.
Recostada sobre la baranda de metal azul del Campino miro pasar un desfile de medusas que no logran remontar la tremenda corriente. Tras el agua parda de la desembocadura del Guadiana se va mi memoria.
Septiembre se caracteriza por la recuperación de una soledad perdida, imposible durante las estridencias del verano