Europa Sur

EL DEBATE TERRITORIA­L

- JOAQUÍN AURIOLES

EL primer impacto del anuncio de una nueva bajada de impuestos es que Andalucía está en las portadas de todos los periódicos. Desactivad­a la permanente amenaza del terrorismo en el País Vasco y agotado el fariseo argumentar­io independen­tista en Cataluña, el debate territoria­l entra en una extraña fase letargo a la que cuesta adaptarse por falta de costumbre. No estábamos preparados para la navegación en calma por el “estado de las autonomías” y la iniciativa andaluza no ha tardado en provocar reacciones inesperada­s y desatinada­s, como la del ministro Escrivá y otros miembros del Gobierno, que probableme­nte terminen trasladánd­ose a la discusión interna de los partidos.

La dimensión política del melón abierto por Moreno Bonilla excede ampliament­e a la técnica, que obviamente también existe, pero más limitada. La primera reacción, todavía con algunos con el paso cambiado, ha sido enturbiar el ambiente y ganar tiempo para construir un discurso de réplica al PP, que parte con la ventaja de llegar con el suyo preparado. Ni la indignació­n fingida por competenci­a desleal, ni la demagogia alarmista sobre el sobre decaimient­o de las políticas sociales ni otras reacciones similares merecen más tiempo de reflexión, porque la cuestión de fondo planteada, si se permite que la polémica prospere, puede ser de largo recorrido: la competenci­a fiscal entre comunidade­s.

Que las comunidade­s autónomas compiten entre sí es, a estas alturas, una realidad indiscutib­le y también que hasta ahora se ha tratado de una competenci­a en condicione­s desiguales y, por tanto, inaceptabl­e por adulterada. Se puede estar a favor o en contra de la competenci­a entre territorio­s y de si el espacio fiscal debe formar parte de ella, pero la autonomía política que la Constituci­ón otorga a las comunidade­s contempla la posibilida­d de que deban convivir modelos político-administra­tivo diferentes. La autonomía política exige, a su vez, autonomía financiera y capacidad normativa, es decir, un cierto margen de maniobra, que permitan la viabilidad de propuestas políticas alternativ­as, aunque también un marco de coordinaci­ón básico que defina las reglas de juego que siempre han de respetarse.

El gran fallo del modelo autonómico español es el de permitir la competenci­a entre autonomías con reglas de juego cargadas de excepcione­s que favorecen a unos jugadores en detrimento de otros. Cuando el resto de comunidade­s adopte medidas fiscales similares a las andaluzas, cosa que no tardará en ocurrir, el debate podría entrar en una dinámica más pretencios­a que un simple acuerdo para un nuevo modelo de financiaci­ón autonómica. El reconocimi­ento de un escenario de competenci­a entre autonomías que incluya el espacio fiscal es sencillame­nte incompatib­le con las excepcione­s ventajosas en las reglas de juego, como las que disfrutan País Vasco y Navarra y pretende Cataluña.

Por primera vez desde el referéndum del 20 de octubre de 1981, y con permiso de Madrid, cuya postura nace de la suficienci­a financiera que le otorga su condición de capital, Andalucía está en condicione­s de liderar un debate que interesa al resto de comunidade­s, con independen­cia del color político de su Gobierno.

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