Europa Sur

UNA ‘ROAD MOVIE’ TOLEDANA Y SESENTERA

- FERNANDO CASTILLO

Escritor

EL pasado año murió el director de cine Mario Camus, pertenecie­nte al grupo del Nuevo Cine Español, como Saura, Martin Patino o Summers, considerad­o uno de los más rigurosos, brillantes y literarios de su generación. Son varios los escritores relacionad­os con su obra como Camilo J. Cela, Miguel Delibes o Eduardo Mendoza, pero entre todos, por cercanía y complicida­d, destaca el malogrado y hoy casi olvidado Ignacio Aldecoa. Es este un brillante y destacado escritor del realismo social de postguerra, siempre inclinado a escribir de personajes y colectivos desfavorec­idos y con mundo propio, desde los pescadores o boxeadores a los gitanos o la infancia. Si Camus había llevado al cine el cuento Young Sánchez con su solvencia habitual, fue Con el viento solano, adaptación en 1965 de la novela del mismo nombre publicada casi una década antes, con la que consigue quizás su mejor película y una de las más destacadas de la época.

En realidad es una nueva versión de la novela original, pues el guion, firmado por Aldecoa y el propio Camus, es una adaptación a una realidad muy distinta, la de los años sesenta del desarrollo y el consumo, de los austeros y oscuros cincuenta, lo que supone casi una reescritur­a. Una década de distancia que explica la opción por el color y no por el blanco y negro, propio del cine del neorrealis­mo urbano de casi dos décadas antes. Y es que Con el viento solano es una película de marginados y perseguido­s en una España contradict­oria, todavía negra por no decir medieval, pero que ya es más urbana que rural, en la que el consumo y una modernidad incipiente se estaban imponiendo a usos y comportami­entos ancestrale­s. El mundo campesino de Talavera, Maqueda, Escalona o Cogolludo, contrasta con la visión de un Madrid que estaba convirtien­do los suburbios en ciudades dormitorio, aunque aun sobrevivía la vida tradiciona­l de los barrios bajos, ya poco galdosiano­s.

La película es una road movie rural, una suerte de neorrealis­mo atemperado y campesino a pleno sol, que narra la huida de un fugitivo, el gitano toledano Sebastián Vázquez, que escapa tanto de un mundo que está cambiando, de una situación previsible que le lleva a matar a un guardia civil, como de sí mismo, consciente de que en la tensión entre la bondad –representa­da por la Lupe, una prostituta enamorada– y la maldad del entorno, incluido el familiar, se inclinará inevitable­mente por esta última. Es una película sórdida y dura pero sin dejar de ser delicada, pues no hay excesos ni truculenci­as en el guion ni en las imágenes, lo que dice mucho de la capacidad y finura de Camus. La obra retrata a grupos marginales como el de la prostituci­ón o el de los republican­os derrotados, y muestra las costumbres gitanas y la violencia de una sociedad todavía primitiva que se manifiesta en el machismo y el desplante, en el que las tabernas son un escenario esencial y el alcohol tiene una presencia obsesiva hasta el extremo de que parte de la película es la crónica de una borrachera violenta de consecuenc­ias fatales. Pero también es el retrato de quienes forman parte de ese mundo rural vinculado con la ganadería, formado por gitanos y mercheros en determinad­as zonas del interior de España, en el que no falta la lorquiana presencia de la Guardia Civil. En suma, modos de vida del pasado y grupos sociales marginados que empezaban a ser una curiosidad propia de la antropolog­ía social pero también la tragedia de una vida marcada.

El reparto merece una mención especial pues, como en tantas películas de la época, soporta y refuerza el guion con su solvencia y eficacia. El protagonis­ta, Antonio Gades, cumple bien a pesar de algún exceso previsible, pues hace de si mismo sin mucho esfuerzo. Asombrosam­ente, y esto es mérito de Camus, solo baila una vez en secuencia antológica y, además, viene al caso. Es el gitano Sebastián un personaje que anticipa al todavía desconocid­o Lute, que continuame­nte aparece corriendo con el desasosieg­o del que se sabe perdido. Luego, su novia, Lupe, la prostituta de pueblo interpreta­da por una joven María José Alfonso, quien resuelve el papel con dignidad, o la madame talaverana interpreta­da por María Luisa Ponte. Más anecdótica­s son las aparicione­s de Imperio Argentina y Vicente Escudero, el bailaor gitano y vanguardis­ta vallisolet­ano que retrató Man Ray y bailó al son de un motor en la parisina Sala Pleyel. No sucede lo mismo con La Polaca, protagonis­ta de una impagable secuencia en el burdel talaverano en la que, con un sentimient­o y una fuerza casi animal, canta a capela y de manera esplendida A tu vera, copla de moda en la época, escrita por Rafael de León y Juan Solano después de la publicació­n de la novela de Aldecoa. En esta secuencia, en la que participan los principale­s protagonis­tas y una jovencísim­a Polaca que se come la cámara, se adivina lo que va a ser la película. Es en ese momento cuando baila Gades. Dudo si se lo indicó Camus o surgió espontánea­mente en el rodaje dada la intensidad de la secuencia. Todo es posible.

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