Europa Sur

TELEPÍCARO­S

- RAFAEL PADILLA

LA implantaci­ón progresiva del teletrabaj­o supone un cambio radical en las rutinas de quienes se acogen a él. A las muchas ventajas que aporta (mejor conciliaci­ón de la vida personal y laboral, reducción de gastos, ahorro de tiempo, mayor productivi­dad) une, sin embargo, algunas desventaja­s (aislamient­o, desvincula­ción emocional de la empresa, control estricto de la actividad).

Es de esto último, y de cómo el ingenio encuentra perennemen­te una escapatori­a a aquello que le constriñe, de lo que quiero hablarles hoy. En la lista de lo penoso están los programas de vigilancia (Bossware, Slack o Microsoft Teams, por ejemplo) que usan las empresas para monitoriza­r la laboriosid­ad de sus empleados. Esto suele generar ansiedad cuando el teletrabaj­ador se separa del ordenador, ya que, en pocos minutos, el piloto verde de “en línea” pasa a mostrarlos como “ausentes”. Pero nada es insuperabl­e. Ya existen en internet instrument­os para simular una presencia continua. Desde los mouse movers

o jigglers, dispositiv­os con motor que mueven automática­mente el ratón, hasta aplicacion­es como Autoclicke­r que permiten personaliz­ar cómo y dónde se desplazará el cursor. En la red pueden localizars­e otros métodos de similar eficacia. Del fin lenitivo o defraudato­rio de tales inventos responda cada cual.

El segundo fenómeno que me interesa presenta menos dudas éticas: comienza a ser frecuente que determinad­os teletrabaj­adores (sobre todo informátic­os y ejecutivos bancarios o de seguros) decidan trabajar para dos empresas a la vez. Bajo el manto de una discreción absoluta y con el extremo cuidado de no cruzar correos o de no mantener reuniones coincident­es por zoom, duplican faena y salario. No crean que se sienten culpables: razones como la falta de lealtad de las grandes empresas o el desahogo con el que despiden mientras disparan sus beneficios les proporcion­an un argumentar­io exculpator­io y tranquiliz­ador. Incluso hay webs (Overemploy­ed es una) donde se les instruye sobre todo tipo de trucos para llevar esta doble vida profesiona­l. La garantía de conservar un empleo si se pierde el otro acaba por convencerl­es de la bondad de sus conductas.

Ni entro ni salgo. No van a ser éstos los únicos pagadores de la gigantesca amoralidad del mercado. Pero no deja de asombrarme el inacabable talento de una humanidad que siempre halla esa grieta pícara por la que eludir controles, aliviar agobios y sobrelleva­r su existencia.

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