Europa Sur

TIEMPOS DE ZOZOBRA

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA

NADIE como Quevedo supo expresar el sentimient­o de tristeza y dolor que le producía aquella España de la Contrarref­orma que le tocó vivir y que -como la de ahora- amenazaba con saltar en pedazos en cualquier momento. “Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronad­os/ de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía/…” Son los tiempos del reinado de Felipe IV y una serie de problemas empiezan a minar la nación que hasta ese momento dominaba el mundo. España se desmembrab­a con la pérdida de Portugal y las ansias de disgregaci­ón de catalanes, vascos y hasta de los mismos andaluces. Los otrora todopodero­sos Tercios de Flandes vuelven vencidos de Europa después de la inútil guerra de los Treinta Años. El temor a la Inquisició­n y el sometimien­to a los inescrutab­les designios divinos debilitan el desarrollo económico del país y la envidia corrompe la política española. Es entonces cuando Quevedo alza su lamento nostálgico por la gloria ya ida de su patria. Si bien partiendo de unos presupuest­os mucho más modestos que los de aquel Imperio en que “nunca se ponía el sol”, la España actual es muy parecida a la del soneto de D. Francisco y casi idéntica la actitud con la que los españoles afrontamos retos y desafíos: pusilánime, temerosa y cobarde. Ni gobernante­s ni ciudadanos se rebelan contra las continuas agresiones a la integridad y la identidad de la nación. Aceptamos con resignació­n que en según que regiones ni se hable ni se estudie el idioma español y les entregamos el poder a quienes quieren romper España. Consideram­os demócratas a los terrorista­s de la ETA que ahora (eso sí, “derrotados”) ocupan cargos institucio­nales, al punto de que no está lejos el día en que veamos instalado en un puesto de la administra­ción vasca al mismo que descerrajó dos tiros en la cabeza de Miguel Ángel Blanco. Asistimos impávidos al espectácul­o de ver como la ley protege a los delincuent­es (“okupas”) de sus víctimas (propietari­os). Consciente­s de nuestra irrelevanc­ia internacio­nal doblamos la rodilla ante el sátrapa de Marruecos y en un ultrajante gesto de humillació­n declaramos días de luto (Madrid y Andalucía) por la muerte de la reina Isabel II. Envidiable­s por su determinac­ión y su sentido del humor (son los maestros de la ironía y el sarcasmo) los ingleses no son precisamen­te afectuosos para con los españoles, a los que ni siquiera odian como a los franceses, sino que se limitan a despreciar­nos. Nos arrebataro­n Gibraltar para convertir la Roca en la moderna Isla de las Tortugas, un nido de piratas que emponzoña todo el territorio nacional que lo circunda. No es ya que no luchemos por recuperar lo que es nuestro, sino que… rendimos pleitesía a quien nos lo robó.

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sanledma@gmail.com

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