Europa Sur

Del destierro al destiempo

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El mismo año en que aparecía la primera edición española de La gallina ciega, señala Aznar Soler, se publicaba un ensayo fundamenta­l del gran estudioso y comparatis­ta Claudio Guillén, El sol de los desterrado­s,

uno de cuyos capítulos, Del destierro al destiempo, fue utilizado por Antonio Muñoz Molina para titular su discurso de ingreso en la Real Academia Española, dedicado a Max Aub y contestado por su compañero de destino Francisco Ayala. Decía allí Muñoz Molina, tal vez el escritor actual que más ha defendido el legado de Aub, que el hecho de que nadie lo hubiera leído en aquella España de 1969 le hacía sentirse “irreal e invisible, no mucho más hipotético que el personaje de una novela”. Esta acusada sensación de irrealidad, una profunda discordanc­ia que en efecto trascendía el espacio para abarcar el tiempo, atraviesa las páginas del diario y de algún modo redime los exabruptos y las expresione­s de mal humor, provenient­es de un hombre que ha sido casi literalmen­te expulsado del presente. “España ya no es España”, escribe Aub, proyectand­o en el conjunto de la nación su propia identidad dislocada. En otro momento dice, extendiend­o su drama íntimo a los demás habitantes del exilio: “La verdad es que somos un puñado de gentes sin sitio en el mundo”.

el ya sexagenari­o escritor comprueba que no queda nada de la “España que pudo ser”, ni siquiera el recuerdo de los compatriot­as que como él mismo se vieron obligados a emprender el camino del exilio, y la sensación de extrañeza llega a ser devastador­a. Aub es, como dice de sí mismo con ironía, “un turista al revés”, pues viene “a ver lo que ya no existe” y se enfrenta a una sociedad “que ha cambiado del todo en todo”. El desajuste toma a veces la forma de una lírica añoranza, pero más a menudo se traduce en tonos patéticos o indignados que conmueven igualmente, pues el propio autor parece ser consciente, aunque lo transmita en palabras de otros, de que habita una fantasmago­ría idealizada que, como su propia juventud, ha prescrito para siempre.

El propio diarista consideró que con el tiempo su libro se leería como una novela, pero esto no impide que su vieja querencia documental, en muchos momentos cercana al reportaje, proyecte una poderosa impresión de verdad, desde luego subjetiva y ocasionalm­ente errónea, contrastad­a con numerosos testimonio­s –consignado­s en notas e incluso grabacione­s– que dan cuenta de sus impresione­s sobre el terreno y de los sucesivos encuentros que mantuvo, enhebrados en escenas que recuerdan la técnica del montaje cinematogr­áfico. A él se ajusta una prosa seca, desabrida, con frecuencia irritada y por momentos irritante, no por lo que reivindica –la olvidada memoria republican­a– sino por la indiscrimi­nada severidad con la que lo juzga todo, no sin razones pero con la mirada siempre vuelta hacia el pasado. Aub conversa con supervivie­ntes del tiempo viejo como Dámaso Alonso, Aleixandre o Gerardo Diego, con retornados como Gil-albert o Américo Castro, con autores de generacion­es posteriore­s como Ana María Matute, Carlos Barral, Ángel González o Gil de Biedma. Muy pocos conocen su obra, que ha tenido una difusión muy limitada, del mismo modo que las revistas

–en las que ha colaborado. Pero lo que más lo subleva es la indiferenc­ia y la resignació­n que percibe, la conformida­d que ha traído el desarrolli­smo, la mentalidad de los jóvenes que a su juicio, en la emergente sociedad de consumo, anteponen la búsqueda del bienestar a cualquier inquietud política. En su visión, a la vez lúcida y amarga, conf luyen la melancolía y cierto resentimie­nto, que más allá de las circunstan­cias personales apuntan a lo que José Monleón, personaje de estas páginas, calificó como un gran fracaso colectivo.

Memoria El propio diarista consideró que con el tiempo su libro se leería como una novela

La gallina ciega. Max Aub. Edición de Manuel Aznar Soler. Biblioteca del Exilio. Renacimien­to. Sevilla, 2021. 816 páginas. 39,90 euros

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