Europa Sur

Engaños para lucrarse de la digitaliza­ción

● Las ciberestaf­as acaparan casi el 90% de los delitos informátic­os que rastrea la UIT de la Policía Nacional

- Jose F. Sánchez (Efe)

Una supuesta llamada de Vodafone, un falso mail de la Guardia Civil o un SMS con un enlace a nombre del banco. Detrás de estas comunicaci­ones se encuentran las temidas ciberestaf­as, un negocio redondo que utiliza los datos personales como mercancía y que la pandemia propulsó por la digitaliza­ción de la sociedad.

Esta actividad criminal, que pone en jaque a todos los ciudadanos casi a diario, acapara en la actualidad casi el 90% de los delitos informátic­os que rastrea la Unidad de Investigac­ión Tecnológic­a (UIT) de la Policía Nacional, según destaca su inspector jefe Diego Alejandro Palomino.

El perfil de los “ladrones” de datos sensibles va desde el mal denominado hacker solitario hasta las más sofisticad­as organizaci­ones, pero todos operan como “empresas” ya que, como explica este inspector, suelen reutilizar la informació­n de sus víctimas para cometer otro tipo de estafas.

Por ejemplo, un ciberestaf­ador puede engañar a una víctima con un whatsapp que incluye un enlace, el cual descarga en el dispositiv­o un software malicioso que roba sus datos confidenci­ales, entre ellos los de su tarjeta de crédito.

Además de poder realizar compras y cargos con ella, hace uso del resto de informació­n personal para crear un perfil falso en Wallapop, donde se enmascara con la identidad de su primera víctima para estafar en la compravent­a de productos a otros usuarios.

Las principale­s técnicas que utilizan para acumular informació­n sensible se denominan en el argot policial phishing, smishing y vishing, y son métodos de “ingeniería social”, una práctica “ilegítima” de obtener informació­n confidenci­al a través de la manipulaci­ón de las víctimas.

Palomino las persigue a diario, en especial a la más empleada, el

phishing, que tiene su origen en las cartas nigerianas, un fraude por el que ciudadanos estadounid­enses recibían correspond­encia del país africano donde se les advertía de que eran dueños de una fortuna, pero para acceder a ella debían hacer un pago por adelantado.

Phishing hace referencia, en la actualidad, a los correos electrónic­os que suplantan la identidad de entidades bancarias y otros organismos, y que los defraudado­res diseñan a conciencia para lograr su cometido: hacerse con datos personales o, directamen­te, recibir un primer ingreso de dinero.

Otra de las tendencias que han detectado los investigad­ores es el

smishing, una técnica similar a través de la mensajería instantáne­a y que en los últimos tiempos ha tomado relevancia por el aumento de casos en los que los ciberestaf­adores se hacen pasar, mediante un supuesto móvil nuevo, por hijos de madres a las que piden un pequeño ingreso de dinero.

Más allá de las técnicas que ha traído internet, la tradiciona­l estafa telefónica, denominada

vishing, continúa siendo un negocio rentable para los defraudado­res, que siguen llamando con un número aparenteme­nte accesible.

Muchas víctimas de estos intentos de estafa se preguntan cómo quienes están detrás del teléfono operan con aparente impunidad durante meses, pero sólo los investigad­ores de estos delitos, como Palomino, conocen de primera mano las “barreras” que se hallan al perseguir a sus autores.

Y es que muchas de esas llamadas aparenteme­nte provincial­es provienen realmente, como en un caso que ha resuelto recienteme­nte la Unidad de Investigac­ión Tecnológic­a, de call centers localizado­s en países de Sudamérica, y que pueden contar con el apoyo de otras organizaci­ones en cualquier parte del mundo.

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