Europa Sur

LA CONSPIRACI­ÓN DE LAS CASTAÑAS

- PACO REBOLO

TODOS hemos visto alguna película de las de viajes en el tiempo en la que, por error, se junta alguien con su yo del pasado y se monta un cataclismo que afecta al resto del universo entre rayos, truenos y centellas.

Pues así estaba yo en mis cavilacion­es mientras pasaba por delante de una playa urbana de la zona, desde el coche obviamente, cuando noté a escasos metros una densa y grata humareda... Castañas asadas.

Pongámonos en situación, hablamos de casi octubre. Y digo yo que si eso pasa en el cine... ¿Cómo es posible que coincidan en el tiempo las castañas asadas y el tiempo de playa? Entiendo que tendrían que crujir las columnas del mundo conocido, porque las castañas piden mesa camilla con brasero y las playas, bueno, piden lo que piden.

Asumo que lo lógico es que cualquier persona que haya aprobado las oposicione­s al glorioso cuerpo de castañeras indómitas debe tener el suficiente conocimien­to como para distinguir tiempos y estaciones. En su código deontológi­co tienen que tener perfectame­nte claro los momentos de la castaña, azofaifas, espárragos, caracoles...y tanta variedad de telúricas delicias con las que nos deleitan.

¿Desde cuando está permitido compatibil­izar la tortilla de papas y los pimientos fritos con las castañas asadas? ¿Acaso somos franceses, británicos o algo peor?

¿Y dónde queda nuestra cultura popular? Recuerdo con nostalgia cuando de muy joven iba al cine de verano y

O todo es una conspiraci­ón de las castañeras para vender más sin que nos demos cuenta o somos rematadame­nte estúpidos

mi abuela me decía eso de “niño, llévate una rebequita p’al relente”. Ahora ni en las noches de la Soria profunda necesitamo­s más bagaje que el antimosqui­tos... ¡Como para pretender ponernos prendas de abrigo!.

Porque la Naturaleza tiene sus tiempos, sus maneras, y al igual que si me muevo al pasado, a esa Bajadilla sesenta-setentera, a nadie se le ocurriría en su sano juicio llevarse una batata asada al Cine España, paraíso del mosquito, de la misma manera en cuasioctub­re no tendríamos que castigar nuestra vista con humo de castañas.

Y si después de estos hechos alguien sigue diciendo que lo de las lluvias torrencial­es y los calores extremos es cosa de progres e ideológico (ya se sabe que todo lo que suene a “idea” para muchos es tabú y deleznable) le invito a comerse un cartucho de castañas con salsa de boniato en la playita, a pleno sol, y que luego nos cuente.

Porque a mí, que ya tengo casi mis últimas orejas puestas, hasta puede que me afecte poco, pero qué queréis que os diga, mi ilusión es que mis nietos al ir a la playa se sigan llevando los filetes empanados y la pirriñaca. Bueno, en realidad que sigan existiendo playa, nietos y filetes.

Porque sólo me caben dos opciones. A saber, o todo es una conspiraci­ón de las castañeras para vender más sin que nos demos cuenta o somos rematadame­nte estúpidos y ya sólo vamos a dejar a futuras generacion­es el recurso de “el último que apague la luz”.

Y si hay algo en lo que creo es en la estupidez humana.

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